Capítulo 45

14 1 1
                                    

Aevë Kishá

La suave lluvia roja cayó sobre los primeros rostros. La mayoría de quiénes los rodeaban miraron hacia lo alto, donde cuatro cabezas cercenadas recorrían el lugar, sangrando desde los jirones irregulares que momentos antes les habían dado forma a sus cuellos. El pánico colectivo levantó un grito tras otro, pero cada uno se fue ahogando bajo el sonido de los cristales que estallaban: Ventanales, puertas, espejos, copas. Millones de trozos de vidrio detonaban hasta penetrar profundamente en cualquier parte de quién estuviera cerca de allí, se enterraban en los ojos, en los estómagos, en las gargantas. Ya no importaban los decapitados sin cuerpo que seguían dando vueltas en el aire como dominados por un ciclón, ahora sorprendía más ver cómo algunas espaldas se desgarraban porque sus esqueletos buscaban desnudarse, o los agujeros limpios que quedaban en los pechos de aquellos cuyos corazones eran extraídos por una fuerza invisible. Por fuera me mostraba reaccionando como un ser humano de mi categoría debería, inquieta por mi propia vida, confundida y atónita por el espectáculo. Por dentro me sentía cada vez más satisfecha.

Actuaba como todos, intentando huir. Corría sin dejar de mirar constantemente a Eliezer, para demostrarle dentro de mi perplejidad, una sospecha sobre alguna información que pudiera haberme ocultado. Él, aunque ha sido duro de roer, también me vigilaba, solo que revelando su preocupación de que mi organismo reventara en cualquier momento. Me aseguré de permanecer en su campo de visión cuando salí de lo que parecía ser el radio de la masacre, es decir la sala principal de la cámara, desde donde se disponían los asientos y las mesas, hasta los bordes del escenario. A partir de las escaleras laterales que dirigían a bastidores, parecía que ya se estaba fuera de alcance del peligro. Aunque muchos usaron esa salida para abandonar el recinto, yo permanecí a orillas de la puerta contemplando el suceso. Dejando que mi expresión revelara poco a poco más curiosidad que temor. Escuché los disparos que caracterizan a las armas usadas por GenoHeredis, los detonaban en la calle, sin duda contra mis tíos. Las últimas víctimas humanas cayeron inertes, uniéndose a los pocos que seguían moribundos.

—¿Qué cree que pasó?

Estoy en el último nivel de la sede central, en la oficina del comandante Gianluca. Nos separa su escritorio, en el que hemos follado un par de veces. Intenta averiguar lo que pienso sobre esa escena que repaso en mi mente simulando que no me regocija.

—La única explicación lógica es que fueron hemoexárticos.

Así les gusta llamar aquí a los vampiros, un término derivado de dos palabras griegas que se traduce como dependientes de la sangre. Contengo mi entusiasmo porque sospecho que está a punto de revelarme de su propia boca acerca de la dama rubí.

—Claro, pero ¿En qué tipo de ataque?

—¿Sugiere que existen otros además del físico?

—Quiero que justifique lo ocurrido.

—Son rápidos, engañan fácilmente a la vista humana. Yo diría que unos cinco de ellos lo hicieron, moviéndose por todo el salón a velocidades inverosímiles.

Guarda silencio ante mi respuesta. Mantengo mi máscara de determinación rencorosa.

—Su dedicación a GenoHeredis ha sido significativa— halaga —Me consta que comprende la importancia de lo que hacemos aquí, siendo la única arma de defensa de la humanidad contra nuestros depredadores, contra la amenaza peligrosa que significa ese salto evolutivo equivocado que ha dado la naturaleza, y que debemos detener para asegurar el futuro. Doctora Beaurin, su desempeño destacado la ha hecho merecedora de muchos secretos. Como tal vez imagine, y esperando que no se sienta ofendida, hay varios cuántos más que todavía desconoce. Por supuesto, si los manejara, sería usted quién estaría de este lado del salón.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora