Capítulo 50

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Anneiméd

—Sangre ajena en mis manos —dice el Zrlaj, contemplando sus dedos que lucen limpios —No proviene de las botellas con las que procuro no asumir la culpa de las vidas que se han extinto para mi consumo, ni el propósito de su derramamiento satisface una necesidad biológica. La sangre que desde ya me mancha pertenece a gente humana que ha de morir para diversión de los sádicos, aunque con esta también se imparta un despiadado modo de justicia que no sé si expíe sus crímenes o los supere. ¿Cómo saber si la condena equilibra el delito? El poder que tengo para decidirlo es tan solo una pequeña muestra del que maneja el Zethee, aun así, influye de forma contundente en el destino de personas reales. La vida, la muerte, iniquidad, venganza... ¿Creen que sea correcto?

Sentada a su lado lo acompaño en su zozobra, Gabriel está con nosotros.

—No tengo otra familia ni comunidad que ame fuera de la zansvrika —responde este — Más allá de que no lo recuerde, nací de una mujer que apoyaba la erradicación de los vampiros. Pero, además de que yo estaba irreversiblemente destinado a ser uno, fue entre ellos que me formé como soy. No siento odio imparcial hacia quienes desprecian nuestra naturaleza porque no puedo culpar a las presas por querer sobrevivir. Si un ser humano asesina a un vampiro por defensa propia y sin someterlo a sufrimiento lo puedo entender. Sin embargo, así como no estoy de acuerdo con la brutalidad injustificada de los juegos del Festival de Cadáveres, tampoco podría darle un perdón fácil a quiénes se ensañan contra los vampiros, a quienes se dedican a cazarnos y torturarnos solo porque somos de una raza distinta, independientemente del estilo de vida que lleven. Entre los humanos existen leyes que castigan los crímenes que estos ejecutan, pero solo la sociedad zansvrika puede hacer justicia por los atentados atroces que levantan contra nosotros. Me hierve la sangre de solo saber que los execrables quedarán impunes. Así que sí, primo, yo considero que es lo correcto. Sería un traidor si no, y pienso que tú también lo crees o no lo habrías decidido de forma tan inmediata.

El zrlaj ladea su cabeza hacia mí. Kham Lezanger, el príncipe que por muchos años fue una leyenda en mi imaginación, nacida en los labios de mi madre cada vez que me contó que de niño le placía verme. No menosprecio la perfección de su rostro, pero a la belleza física de los vampiros no le doy tanto valor como otros se lo dan porque esto lo da la naturaleza, dejarnos encantar solo por ella no nos distinguiría de admirar animales. Lo que yace en el alma es lo que importa. Y lo que lleva Moisés en la suya es lo que me permite dejarme seducir por los hoyuelos en sus mejillas cuando sonríe, o en este particular, por las emociones que abruman su mirada, convirtiéndola en el paisaje más bello que haya visto en toda mi existencia. Lo que veo en ella es amor.

—Creo en el respeto a la vida —le digo— Por eso estoy en contra de los sanguinarios.

Callo un momento. Acaricio una de las cicatrices que todavía me quedan, pasando un dedo a lo largo de mi brazo marcado por la red venenosa.

—Los cazadores son peligrosos —admito— Personas como ellos no desistirán nunca. O son erradicados, o nos erradicarán. Desearía que no fuera así, pero lo es. Jamás me atrevería a determinar la forma de muerte que merecen, pero lo que tú decidas será lo mejor.

—¿Me perdonas por lo que estoy permitiendo que pase?

—No hay nada que perdonar. Ninguna de las decisiones que debas tomar de aquí en adelante será fácil, pero el impulso que te lleva a escoger una u otra alternativa se inclina hacia la justicia y eso tiene que tener un mérito.

—Leohark y Dazha son quiénes se encargarán de la ejecución, pero yo tengo tanta responsabilidad como ambos.

—Eres bondadoso, pero nunca débil.

—Kham —le llama Gabriel— Sabes que te apoyo en lo que quieras hacer siempre que tus decisiones te hagan feliz. Pero en caso de que necesites escucharlo, por si lo piensas y te gustaría una confirmación, si te parece que esto no es lo tuyo, Azestes naceskrajo te estará esperando siempre.

El zrlaj sonríe con el comentario. Azestes naceskrajo, según me contó, es el nombre que le pusieron a la banda que entre los dos anhelaban impulsar. Gabriel sigue creyendo en el proyecto, aunque se haya quedado solo.

—Toda la vida has odiado los asuntos políticos y las obligaciones que implica seguir el camino de mi tío. Antes querías librarte de las responsabilidades de la sucesión, ahora las buscas sin importar que te torturen.

—Es porque sueño con una versión de Montemagno que no existe. De entre quienes lo deseen así, soy el único con posibilidades reales de levantarlo. Hay mucho trabajo sucio que hacer, y al menos por ahora tengo voluntad para encargarme. Es tentador renunciar a toda esta... locura. Encontrar la paz en los placeres personales, como dedicarme a crear música sin que me lo impida el compromiso con mi título. Sé que mi madre lo entendería sin cuestionarme demasiado. Mi padre se decepcionaría, más lo aceptaría con el tiempo. Aún así, sin intentarlo al menos, yo mismo no podría perdonármelo jamás. Si quiero que el mundo sea distinto, y no hay otra figura con poder que piense como yo, debo tener la iniciativa para cambiarlo. Deseo impedir que los inocentes continúen sufriendo a manos de ambas partes. El proceso no me hace ni me hará feliz, precisamente. Pero no hay otra forma.

Gabriel se incorpora de su asiento, se acerca a su primo con la derecha tendida.

—Suerte entonces —estrechan manos— Que no te falten fuerzas en el camino. Que te interese conseguir el bien público habla mucho de ti como posible futuro Zethee.

—Uno que gobernaría no a costa del terror— no he podido contenerme de añadir —Y que demostrará que bondad y sabiduría no son características de los frágiles.

—Estaré en el Festival de Cadáveres para disfrutar del cronograma que levantes tú, y volveré en sus vísperas a Montemagno por si necesitas algún tipo de apoyo— ofrece Gabriel.

—Gracias. Dale mis saludos a Alyssa. Si no me equivoco, mi tío traerá a Alessio.

—Veremos — se encoge de hombros —Anneiméd.

Me guiña un ojo al despedirse. Sus pisadas retumban haciendo eco en el salón. Kham Lezanger me abraza, yo me tumbo de lado, recostándome en su pecho y estirando mis piernas. Estamos en un lecho cómodo muy suave, lo bastante amplio como para acostarnos juntos. Desde que me reencontré con el zrlaj, cada uno de nuestros encuentros era tenso, parece que ambos reprimíamos el impulso de acercarnos al otro. Ahora que hemos superado esta barrera, la seguridad cálida que nos da nuestra mutua compañía es tan familiar como si toda la vida nos hubiéramos tenido.

—¿Estarías de acuerdo con acompañarme públicamente en el Festival de Cadáveres? Ocuparías lugar a mi lado en el palco principal.

—¿Con qué papel? —pregunto un tanto temerosa.

No debería sentirme así, conozco a Kham, confío en él. Pero es el zrlaj. Podría estar acostumbrado a la idea de limitar a la mujer a un rol de amante, ocasional o no. Incluso presionado a adoptar tal modalidad de convivencia.

—Mi cortejada.

Alzo el rostro para mirarlo. Sus ojos me encuentran, se acerca a mi boca con una suavidad dulce que paradójicamente, al contacto transforman la ternura en apetito abrasador. Su efluvio hasta hace un momento relajante se vuelve afrodisíaco, y lo que debería ser un beso delicado despierta pasiones difíciles de gobernar. Mi cuerpo se siente de agua, pero mi espíritu de fuego indomable. Nuestros labios se funden de tal modo que el mundo se reduce a este instante sublime.

—Podría ser peligroso —susurra contra mis comisuras.

—No tengo miedo.

Me besa otra vez, con deseo. También yo me entrego a tan irresistible delicia.

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora