Capítulo 12

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Daniel Léon

En las álgidas alturas de un macizo montañoso bautizado como alpes peninos, asciendo al pico más alto andando sobre las espesas masas de nieve dura, con la destreza propia de un hombre al que no lo limita su humanidad. La vasta blancura cubre hasta más allá del horizonte que distingo con mi vista. Mis pulsaciones se mantienen lentas a pesar de la velocidad que imprimo, es la adaptación de mi naturaleza para soportar mejor las temperaturas tan bajas.

El viento golpea fuerte. Trae consigo rumores secos que surgen de las grietas entre el hielo y la roca. El olor ha sido neutro la mayor parte del viaje, pero un efluvio conocido para mí me hace detener para rastrear mejor su origen. Dejo que la corriente de aire fluya a mi alrededor. La línea estable de un perfume que mezcla la piel zansvrika con la esencia de Akie Zarina se convierte en brújula en medio de este panorama uniforme.

Por respeto a las circunstancias que rodean a Elizabeth, te concedo la oportunidad de que vayas y trates de darle a Akie Zarina el tipo de descanso eterno que le deseas. Pero si no lo consigues, y regresas a Montemagno sin haber podido matarla, el siguiente intento lo haré yo, al modo que estime conveniente.

Las palabras de Damara no dejan de repetirse en mi cabeza. Vine porque tomé una decisión.

Salto para cubrir el terreno con más rapidez. El hielo compactado ha convertido el valle en un glaciar. Los cristales de nieve son tan gruesos que ni siquiera crujen bajo mi paso. Atravieso la larga y monótona cadena de nubes hasta que la figura de Akie Zarina despeja toda niebla a su alrededor.

Está sentada sobre sus muslos, con las manos en las rodillas. Su cabello negro azabache ondea con cada ráfaga. Tiene la mirada fija en un solo lugar, en frente suyo. Tiene puesto el mismo vestido que se compró con el dinero de aquella prenda que le di, no está sucio, pero sí muy viejo, roto en algunas costuras, y sobre todo desgastado. Me acerco con prudencia. Parece ausente. Me acuclillo para mirarle a la cara mientras pronuncio su nombre.

—¿Akie?

Durante los primeros segundos no responde a mi presencia. Pestañea con lentitud mientras voltea su rostro hacia mí. Sigue siendo sorprendentemente hermosa, y sigue conservando la sombra plateada alrededor de sus iris que la demuestra maldita.

Sus labios reaccionan antes que el resto de su cuerpo, los separa de modo sensual y el gesto erótico hace florecer movimientos en el resto de sus músculos, su expresión facial recupera vida, sus ojos demuestran consciencia.

—¡Daniel!

Me pongo de pie. Se lanza contra mi pecho, aferrándose a mí como si acabara de rescatarla de la muerte. Siento que sonríe entre lágrimas silenciosas. Sus manos me acarician con fuerza entre la espalda y los hombros.

—Sí viniste...

Yo que aún no correspondo a su abrazo, acorto con suavidad el espacio entre mis dedos y su rostro cuando alza su cabeza para mirarme. Se nota lúcida, mucho más que la última vez que la vi.

—Gracias —dice, haciéndole el amor a la palabra.

Separa su cuerpo de mí sin dejar de tocarme, me sujeta de la mano antes de caminar de regreso al mismo punto en el que estaba sentada segundos atrás.

—No puedo llegar a ella —habla mezclando lujuria y lamento, ladea su cuello, expresándome lo mismo con los ojos —Algo me lo impide.

Suelto su agarre. Me masajeo los párpados mientras recupero el orden de mis pensamientos.

—Lo siento mucho.

—Perdóname...

—¿Por qué?

Herencia Roja  | Libro 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora