Capítulo 11: No se deben decir mentiras

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Hermione estaba petrificada, y si no fuera por que el tipo a quien estaba imitando tenía cierta cantidad de canas en su oscuro cabello, y llevaba un saco y gabardinas extremadamente calurosos, no hubiera podido controlar o tan siquiera disimular el sudor que le recorrió la frente.

Ah, Mafalda... Parkinson te envió, ¿eh? Bien. Iremos abajo. – dijo la mujer de prendas rosas, metiéndose en el elevador y colocándose por delante de Mafalda. Esperó unos segundos y, con tono extrañamente cortés para cualquiera de ellos, la mujer miró al hombre alto e intimidante a su lado. – Albert, ¿no vas a salir?

A Hermione le costó moverse, tanto que cuando lo hizo, lo hizo sin mover los hombros de lugar mientras caminaba, y cuando la reja dorada se cerró detrás de ella, solo pudo ver los asustados ojos de Luna, disfrazada como aquella Mafalda, cayendo en la oscuridad cuando Umbridge jaló la palanca para descender a los juzgados.

Hermione no pudo evitar llevarse la mano al pecho, había contenido la respiración todo ese tiempo en el que Umbridge estuvo delante de ella. Gracias a los dioses todavía tenía el broche dorado en el que Eileen se había transformado, por lo que, en el instante en que vio que no había nadie en los pasillos, ni nadie que estuviera cerca de llegar por los elevadores, tomó el broche y le susurró.

Transfórmate en Sigrun.

Y con un suave movimiento, dejó el broche en el suelo. Un remolino de color negro surgió y la madre de Parkinson apareció de repente. Llevaba un entallado vestido negro con falda de tubo, ajustada a sus muslos, un abrigo negro y largo que le llegaba por las rodillas, atado en la cintura por un delgado cinturón, y su largo cabello negro con un mechón plateado se movió levemente cuando Eileen agitó su cabeza levemente, en un intento por orientarse al haber estado en esa forma más tiempo del que imaginó.

¿Por qué Sigrun? – preguntó la mujer de cabello oscuro. Hermione no había reparado que... después de todos estos años, ambas mujeres ya estaban casi de la misma altura... aunque también recordó que en ese momento no era ella así que valió mierda. – No la hemos visto.

Precisamente... corremos el riesgo de que pregunten por el cambio de ropa, pero tenemos ventaja por que al parecer no está en este piso, sino Umbridge lo hubiera mencionado. – dijo Hermione, chasqueando sus dedos, su varita oculta en algún lugar del saco, llegó a su mano, y la escondió en el interior de su manga.

¿Y si nos la topamos? – preguntó Eileen, mirando en que lugar podía guardar su varita, sobre todo por que era notablemente distinta a la de Sigrun.

Sigo pensando en eso... por ahora... busquemos el despacho de Umbridge. – sugirió Hermione, señalando el pasillo de la planta donde se encontraban; el primer piso del ministerio. – Esperemos que el guardapelo esté ahí.

Lentamente, "Runcorn" y "Parkinson" caminaron por los corredores del primer piso del Ministerio, que estaba dedicado más que nada al ministerio mismo y personal de apoyo, por lo que estaban seguras de que ese era el nivel donde estaba el despacho de Umbridge, ya que era la Subsecretaria del ministro, además de que era la jefa del nuevo departamento de registro de nacidos de muggles.

Las dos jóvenes, transformadas en dos adultos que nada tenían que ver, se sentían sumamente incomodas, y sus cuerpos lo sabían claramente, por que al menos Hermione podía sentir una incomoda sensación de presión sobre su estómago, consecuencia del miedo que sintió al pensar que, por un momento, su plan se estaba yendo al carajo. Mientras pasaba innumerables puertas de brillante madera tallada y largas ventanas que la miraban desde los muros del estrecho pasillo, se dio cuenta de lo complejo y realmente impenetrable que era el ministerio.

Hermione Grindelwald - Tears of Magic BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora