Capítulo 65

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Kairlan.

El bosque estaba tranquilo para ser de noche, aunque solo quedaba poco para el amanecer. Donovan la pasó despierto rondando por el territorio de Kairlan. Guardó su espada en la funda adherida al cinturón de cuero, la limpio en su ropa. Caminó en silencio junto a Kai después de una exitosa noche de cacería, su ropa empapada en sangre marrón era prueba suficiente de lo buena que fue la noche. El deporte no le parecía el mismo, no desde su destierro, perdió el encanto.

Su corazón no latía con la misma intensidad, de no ser porqué seguía vivió dudaba que siguiera latiendo.

Cada día le parecía más frío al anterior, no recordaba que Kairlan fuera así de helado en la temporada de invierno. Creyó en la posibilidad que Kailynn controlará el clima del reino por vivir en el castillo. No le gustó la idea de pasar frío solo porqué su hermana tuviera un poder nuevo.

«No tengo tantas capas para aguantar este frío», pensó al ver su capa sucia por la sangre.

Miró a sus lados buscando el par de ojos amarillos, los encontró a su izquierda, notó el apego de Caligo, estaba más presente en su vida. Lo alimentaba cada que podía con seres de su mundo, al igual que a Kai, le dejó un cuerpo al empezar la noche, le dejó otro al finalizar. No tenía la suerte de otras criaturas en el bosque, no podía cazar cuando quisiese. Desde niño hizo su trabajo de alimentar a Caligo con lo que tuviese a su alcance, conocía los ojos amarillos, dejó de temerle desde pequeño.

Evitaba salir de todas formas durante las noches que Frose no estuviera presente en el cielo. No quería convertirse en su cena. A pesar de alimentarlo por siglos, no dudaba que si se le daba la oportunidad de comérselo lo haría porque así era su naturaleza. No lo culparía si llegaba a pasar.

—Estoy seguro que me extrañaste —le habló a Caligo —. Incluso si te molestó que incendiara tu bosque.

El recuerdo de su llegada despareció con rapidez, el príncipe Malekau hizo un gran trabajo en regresarle la vida a lo que él quemó. Alejó el recuerdo de su llegada de su cabeza, no volvería a pasar por el mismo sentimiento de ahogo. Dejó de llorarle a Eider, no dejó de sentir, solo dejó de mostrarlo en su exterior aunque le doliera en el interior.

No pudo decir lo mismo de Dominik. Lo que Donovan no lloraba, su hermano lo sufría. Dejó de aparecerse en el desayuno, en la comida y la cena. Se aisló de todos, no dejaba que nadie entrara en su recámara, se bañaba solo, comía solo, dormía solo, era una constante soledad que preocupó a Donovan. Desde su llegada se sabía poco de él, de vez en cuando aparecía por un pasillo en las peores ropas que jamás le vio, tomaba un poco de sol y volvía a su encierro.

Le preocupó que le preocupara, no solía darle lástima, no pensaba al respecto en su hermano, evitaba hacerlo. Temía que si unía tan solo un poco su mente a Dominik, los sentimientos lo invadirían. No recordaba cuando fue la última vez que se comunicaron a través de pensamientos. Sintió en que lugar de mejorar con los días, solo empeoraba, aunque esa era la realidad del vínculo, mientras más lejos estuvieras y más tiempo pasara, peor serían los síntomas.

«Debería matarse y ahorrarnos el sufrimiento a ambos», expresó su molestia en un fugaz pensamiento.

Desde que creó la teoría del origen de Eider y el vínculo, no pudo dormir, no por largos periodos de tiempo, ni con frecuencia. Solo pensaba en las cientos de posibilidades para las razones que tuvieron los reyes al unir la alma de gemelos con una humana. En lugar de notificar a los reyes de la posible vida en Vulkanyn, Donovan permaneció callado. Hasta no asegurar la seguridad de Eider o formalizar el vínculo, no haría nada.

Entró en el castillo por los calabozos, Kai no se molestó en seguirlo dentro, quiso recibir el amanecer a diferencia de Donovan que quería dormir. Subió las escaleras con pereza, caminó hasta dar con el pasillo de su recámara. Le llamó la atención unas chicas que pasaban, les hizo una señal con su dedo para que le acompañaran.

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