Capítulo 20

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11:34 p.m.

Había mucha gente a su alrededor, rostros desconocidos, gente alta y adulta caminando sin prestarle mucha atención. Era solo una pequeña con una delicada voz que nadie quería escuchar. Aunque desease gritar con todas sus fuerzas al abrir su boca no podía oírse nada, estaba sola entre tantas personas.

Tan solo segundos antes estaba al cuidado de su madre, estaba protegida por el cálido tacto de su mano sujetando la suya. No era su culpa, es una ciudad grande y su mamá una mujer ocupada, Eider solo era una niña llevada por la curiosidad de un lugar desconocido, tan pequeña como para seguir los pasos de su madre.

«Estoy perdida, estoy sola».

Tal como el recuerdo de esa terrible experiencia, sentía la impotencia de la misma forma, incluso más fuerte que antes. No saber a quien acercarse, dudar de todas la personas que la rodeaban. No podría saber quienes tenían buenas intenciones con una niña perdida en una ciudad grande. Lo único que podía hacer era encontrar a un policía o alguien de seguridad que la pudiera ayudar, así le había enseñado su padre.

«Esto no está bien».

Pensaba entre más recorría la ciudad, su mente le gritaba que era un recuerdo, solo lo estaba reviviendo de manera distinta. A pesar de eso, algo lograba molesta a Eider, no era como lo recordaba, sentía un miedo distinto. Las personas que caminaban por las calles alrededor de ella estaban apagadas, no parecían tener vida, como grandes robots que tenían el deber de pasearse por sus recuerdos.

Si lograbas prestarle la atención suficiente a sus rostros, podrías ver el vacío de sus almas, los ojos negros de todas esas personas que la ignoraban. Ni sus pies respondían a los pensamientos de Eider, se movían solos hasta un hombre con uniforme, el podía ayudarla pero ya no confiaba en esa gente, no después de ver el vacío que habita en sus miradas.

Tenía razón, no debía confiar en esas almas en pena que parecían venir de otras épocas, el hombre de uniforme solo abrió su boca de una manera inhumana,  como si su rostro se comprimiera quedando solo dientes y oscuridad. Eider cubrió su rostro temiendo que fuera a comérsela o absorber su alma, temía por su vida y se arrepentía de pedir ayuda.

Al quitar su manos de su rostro ya estaba en otro lugar, una habitación elegante, no era la suya pero la recordaba, formaba parte de sus más oscuros recuerdos. Era el hotel en Nueva York donde siempre se hospedaban sus padres, el momento de la tragedia. Algo que presenció Eider por pura curiosidad, era un momento que sueño quería que repitiera, por eso nada evito que abriera la puerta para oír la discusión de sus padres.

— Está vez si te superaste— la voz de su padre fue la primera en oír— tu irresponsabilidad no tiene límites, menos cuando se trata de nuestra hija.

— ¡Fue un jodido accidente!

— ¡Para ti todo es un maldito accidente!— oír los gritos de sus padres se había vuelto tan común para Eider, pero hubo algo diferente con esa discusión en específico— La cosa con esas situaciones es no volver a repetirlas y tú te superas cada día.

— No soy la única que comete errores.

— Parece que solo los cometes con Eider— no podía verlos, solo oírlos— estaba sola por esas calles donde alguien enfermo pudo llevársela y hubiera sido la ultima vez que la viéramos.

— Nada malo le pasó, ella ya está aquí con nosotros.

— Porque es lo suficientemente inteligente para saber que hacer en caso de que se perdiera, tantos de tus dichos errores han logrado que aprendiera a sobrevivir cuando está bajo tu cuidado.

Príncipe del Desastre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora