Capítulo 75

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Kairlan.

La suerte no estaba del lado de la pareja, la suerte siendo Dorian Kair. El día que confirmaron el vínculo, en la noche, mandó al príncipe Donovan a la frontera de Hikaun. Le ordenó recorrer el territorio en busca de más seres de Laark que estuvieran trasladándose. El príncipe Dominik corrió con una suerte similar, se le mandó a Aedon para decidir quien sería el próximo gobernador de la capital.

Pasaron dos días sin alguno de los gemelos en el castillo, Eider regresó a su recámara desde que los mandaron lejos. Usaron una gran cantidad de saliva y sangre de Solaneus, mezclado con jabón para disfrazar el aroma de Donovan.

Al no poder dormir y con el amanecer cerca, Eider salió de la recámara, cubrió su camisón con una capa café para mantenerla caliente. Recorrió los desiertos y oscuros pasillos, no tenía un lugar mente, se dejó llevar por su curiosidad. La que la llevó a la puerta que daba con las escaleras al calabozo, con la biblioteca de Donovan. Las bajó con cuidado, la oscuridad empeoraba con cada escalón, confió que encontraría luces al llegar al suelo.

«Este lugar apesta y esta húmedo», pensó Eider.

Llegó al final de las escaleras, estaba ligeramente iluminado, la luces eran bajas, apenas alumbraban el calabozo, de un color amarillento. Caminó por el pasillo de vacías celdas, asombrada por los aspectos sombríos del lugar. Unas estaban intactas con las puertas cerradas, otras se veían destruidas, con las puertas abiertas, algunos no tenían rejas. El estado del calabozo mostró que no eran utilizados, pero los huesos en algunas de ellas, como el aroma, le hacían cuestionarse si era verdad que dejaron de ser usarlos.

Del lado contrario a las celdas, encontró una gran puerta que estaba abierta e iluminada, de mejor manera que el pasillo pero seguían sin ser la mejor de las luces. Se dirigió a la luz, asomó su cabeza por la puerta encontrándose con una enorme biblioteca, una que olía a Donovan. Temió poner un pie dentro del lugar, no tenía idea de que cosas podría encontrarse en ella o si tenía permitido entrar.

Por lo que pudo ver, las paredes estaban llenas de libros, eran estantes de varios metros de altura, sin un orden de colores o tamaños. Había sillones de cuero oscuro, sillones largos que no combinaban con lo que se podía encontrar allá arriba, donde todo era dorado y blanco. La biblioteca era sombría, de muebles oscuros, había largas mesas de trabajo, unas con torres de libros, otras con papeles esparcidos, herramientas y armas. Le pareció que además de biblioteca, también era un taller.

No pudo ver mucho, un ruido a su lado captó su atención, cuando giró la cabeza se encontró con Kai.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó —. ¿No deberías estar con Donovan?

Estaba aterrada de que estuviera Kai, se aguantó el grito cuando lo miró, por la luz del pasillo, era un trabajo difícil. Sus ojos rojos eran los que brillaban con la poca luz, lo que lo volvía visible. Kai empujó con cuidado a Eider del camino, pegó su hocico a su costado hasta moverla de la puerta.

—¿Qué hay aquí que no puedo entrar? —murmuró antes de sonreír —. ¿Eres un tipo de guardián de la puerta?

Acarició su suave pelaje, Kai le permitió hacerlo, aun así se sentó frente a la puerta, prohibiéndole la entrada.

«Es verdad que las mascotas se parecen a los dueños, si Donovan fuera un animal, definitivamente sería Kai», pensó Eider.

En pocas palabras una bestia peluda, oscura y gigantesca de ojos rojos.

—Una vez conocí un perro similar a ti, no digo que seas un perro, pero no se que llamarte además de Kai, ese perro era enorme y peludo —le contó a Kai del perro al que le recodaba —. Un conocido de papá nos invitó a su mansión, tenia un mastín tibetano, llamado Maximiliano, era marrón y peludo. Me recuerdas a él, pero tu eres más lindo, aquel quiso atacarme.

Príncipe del Desastre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora