Epílogo

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Dante.

Las náuseas empeoran día tras día, el bebé no me da un respiro, lavo mi rostro con agua helada con esperanza de alejar la sensación, me sostengo del lavabo en un intento de respirar. Levanto mi mirada hacia el espejo del baño, encontrándome con su rostro.

Hoy parezco más Donovan, el dorado de mis ojos es intenso, opacando el azul.

A pesar del tiempo, mi cuerpo no termina de acostumbrarse a la ausencia de ellos, el embarazo empeora mi estado. Ni hablar de mi magia, tras la muerte de Donovan, se desató mi poder, formó parte de los gemelos más poderosos de la historia, controlando la magia de cuatro reinos.

—Se hace tarde —avisa Solaneus desde mi recámara —, si vas a vomitar, hazlo ya.

Congelo el lavabo en lugar de congelarlo, su presencia me molesta. El rey mira la magia que se escapa de mis dedos con una ceja alzada, se cruza de brazos esperando una reacción de mi parte, puede que espere un golpe, estoy ansioso de darle uno.

—Tiene una suerte que no pueda arruinar mi traje, no dudaría en mancharlo de su sangre.

—Eso nos retrasará más de lo que ya estamos. —Aplaude con fuerza y de forma molesta cerca de mi oído. Debato si en realidad sería tan malo manchar mi traje de su sangre —. Deprisa, no tenemos toda la mañana.

El hielo se derrite por el fuego de mis manos, borrando la prueba de que estuve por congelar al rey de Drocor. Salgo del baño con pasos cuidadosos, asegurándome de no marearme en el proceso. Me detengo frente a Solaneus quien cubre mi cuerpo con una capa dorada, bordada con rayos de luz, un regalo de su parte.

—El embarazo me tiene mal, un poco de paciencia me vendría bien.

—Empeorará —me asegura —. Hubo un punto donde Dorian no podía comer nada sin vomitarlo, esto no es nada.

Termina de abrochar mi capa para colocarme mi corona dorada, peina mi cabello con sus dedos húmedos dándole forma a mi peinado hasta que es de su agrado. Se aleja con una sonrisa, satisfecho con su trabajo, incluso parece orgulloso.

—Tanta ropa es innecesaria.

—Está nevando, hace frío, además el traje fue diseñado de esta forma.

Mi traje es blanco, de tres piezas, bordados dorados decoran las magas de mi saco como las raíces de un árbol, unas partes del pecho también tienen bordados, unos semejantes a los rayos, en la capa, en mi espalda hay un enorme sol, simbolizando mi reino. Me parece triste que muestre solo la luz cuando no es lo única magia que poseo. Una gran cantidad de broches y joyas forman parte del atuendo, cada una de mis manos lleva varios anillos de oro. Resplandezco con la luz, causando el efecto deseado, es lo que represento, lo que soy.

No soy más ese príncipe, el orgullo de Kairlan despareció junto a Donovan, me volví una mezcla extraña desde su partida, Dominik murió junto a él. No soy Donovan, tampoco me siento como Dominik, soy un tercero, viviendo las emociones de ambos. Ponerme un nombre distinto ayuda con el cambio, hace que deje de sentirme como un impostor por solo existir. Tener uno distinto a Dominik o Donovan, no soy ellos, jamás seré ellos. Me llamaban Dominik y reaccionaba al nombre de Donovan, no tenía sentido para mi moverme entre esos nombres, ahora soy Dante y el mundo empieza a respetar que soy algo más, alguien más que vive por esos príncipes gemelos. A pesar de mis reacciones, soy un nuevo ser con recuerdos de dos príncipes, los gemelos murieron, sólo quede yo, una combinación de lo que fueron.

Este es el cascarón vacío de sus personalidades, suena como una verdad. Aketh no mencionó nada sobre el sentimiento impostor. No puedo culparlo, su situación no fue nada como la mía, no fue creado para ser distinto a su gemelo.

Príncipe del Desastre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora