Capítulo 67

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Drocor.

Durante su sueño, Eider escuchó voces, extrañas voces que no la dejaban seguir con los ojos cerrados. Se sentía cómoda, tanto que no deseaba moverme ni un poco para no alterar la posición en la que estaba. De no ser por las voces volvería a dormir, pero cada vez eran más claras, estaban con ella en la habitación pero no podía entenderlas.

Abrió ligeramente sus ojos, estaba iluminado, no lo suficiente para ser de día pero si el principio de la mañana. Una pesada manta estaba sobre ella, una que olía a madera, un agradable y varonil olor.
Era peluda, lo sintió por las cosquillas que el pelaje hacía con su nariz. Se asustó al no reconocer la habitación, tuvo que hacer el esfuerzo de recordar a donde fue.

«Estoy en Meroun», recordó de golpe.

El recuerdo de saludar a Solaneus la invadió, como el de la arena entre sus dedos y el olor del mar. Se incorporó lentamente en la cama, visualizando con su borrosa vista por el sueño, muebles blancos, de cajones en su mayoría. Detalles plateados brillaban con los rayos de luz que se filtraban por una gran ventana para iluminar el inmenso lugar que se encontraba.

Dio con la fuente de las voces por donde provenía esa luz, era un ventanal que solo podía provenir de un balcón, pues llegaban hasta el suelo, no veía las manijas pero no lo creyó necesarios para saber que estaban ahí. Solaneus estaba de pie en la puertas del balcón, usando un traje azul claro que a Eider le pareció extraño, una capa de un color similar colgaba desde sus hombros y lo envolvía hasta los suelos.

Era Solaneus, pero al mismo tiempo era otro, una versión distinta. En su mundo era hermoso, el tipo de hermoso regular, el que era fácil de admirar, no tenias que verlo dos veces o relacionar su belleza a su personalidad para considerarlo bello. Simplemente era hermoso, un hombre hermoso al que te le quedabas viendo sin poder impedirlo.

En Meroun era alto, más de lo que fue en su mundo, ya lo consideraba alto con más de seis pies de altura, ahí llegó a los siete, de la nada. Sus facciones se volvieron duras donde antes eran delicadas, sintió que se alargó su rostro, su nariz no le pareció perfecta. Le encontró cientos de imperfecciones, aunque no estaba segura que lo fueran en ese mundo. Su rostro era duro, aterrador incluso, ahora su belleza era irreal, Eider sintió que debía verlo demasiado bien para encontrar al Solaneus que conocía y su belleza.

Le pareció feo.

«No pienses así, la belleza interior es lo que cuenta, además no está mal, a muchas chicas les gustan los hombres feamente atractivos», se regaño a sí misma.

A su lado estaba Kiara, usando un vestido color crema, no llevaba capa pero si un grande abrigo de un pelaje que Eider desconoció. También le pareció distinta a su versión humana, pero más bella a diferencia de Solaneus. En su mundo su apariencia era atemorizante, como de mujer fría, ahí era cálida, de delicados rasgos.

«Este mundo hace a los hombres feos y a la mujeres preciosas», concluyó.

Comprobó que eran ellos los que hablaban, a pesar de estar despierta, no logró entender nada, sus voces no eran iguales a sus voces humanas. Se le olvidó que no hablaban el mismo idioma, entró en pánico, no sabría como hablar con los seres además de la realeza.

«Puede que este feo pero su voz suena tan varonil, no le entiendo pero que bien suena», pensó Eider.

—Buenos días —saludó para llamar la atención de la realeza, se giraron para verla —. Lamento el desmayo.

—Creímos que dormirías más horas, queríamos dejarte descansar, lamentamos si te despertamos —le dijo Solaneus cuando se puso a su lado, acarició su mejilla, regresó a su voz conocida, la de humano—. Me alegro tanto de verte.

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