XXV

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—¿Cómo permitiste que esto pasara? ¡Quiero respuestas!

—Mesura tu lengua— Visenya era la nieta mayor y no por eso debía reprenderla de ese modo.

—Los príncipes debían estar en la cama.

—¿Quién tenía la guardia?

—El joven príncipe fue atacado por sus primos y sobrinos, majestad.

—Esa no fue la pregunta de mi padre— espetó Alyssa.

—¡Juraron proteger y defender mi sangre!

—Lo lamento, majestad. La Guardia Real no defiende a príncipes de príncipes.

—Que insolencia la tuya— Maegon se alejó de Helaena para tomar el vestido de su madre, la cual respiró profundo para medirse.

—¡Esa no es respuesta!

—La piel sanará, pero perdió el ojo.

—¿Dónde estabas?

—Conmigo— Visenya quería evitar que lo golpeara de nuevo.

—Esto fue orquestado por tus hijos.

—Eso es alta traición— levantó el dedo acusador.

—¡Qué significa todo esto!

—Baela, Rhaena, ¿qué sucedió? — llegaron Corlys y Rhaenys.

—¡Jace! ¡Luke!

—Ellos me atacaron.

—¡Él atacó a Baela! — y lo que pasa cuando juntas siete niños es que todos gritan y no se entiende nada. Hasta los que no estaban involucrados gritaban.

—Ya basta.

—¡Iba a matar a Jace!

—¡Yo no hice nada!

—Suficiente.

—¡Mi hijo debe contar lo que pasó!

—¡Silencio!

—Nos llamó bastardos.

—Es cierto— dijo Jaehaerys a su madre.

—Aemond, quiero la verdad de lo sucedido.

—¿Qué más hay que oír? Mutiló a tu hijo.

—Cierra la boca, Alicent, el rey ha dado una orden— espetó Alyssa.

—Su hijo es el responsable.

—Fue un accidente.

—¿Accidente? El príncipe Lucerys llevó una navaja a la emboscada. Quería matar a mi hijo.

—Todos los príncipes cargan con una navaja, ¿acaso no lo sabes?

—Son mis hijos los que fueron atacados y se vieron obligados a defenderse... los agredieron con insultos repugnantes.

—¿Qué insultos?

—La legitimidad del nacimiento de mis hijos fue puesta en duda.

—¿Qué?

—Nos llamó bastardos.

—Mis hijos serán los herederos del trono de hierro, majestad. Esta es la más grande de las traiciones.

—El príncipe Aemond debe ser cuestionado para saber dónde escuchó esas calumnias.

—¿Por un insulto? — la reina encaró a sus hijastras, ya que siempre iban a la par—. ¡Mi hijo perdió un ojo!

—Dímelo, niño, ¿dónde lo oíste?

—Fue una bravata en el patio, tonterías de niños.

—Aemond, te hice una pregunta.

Hija del trono de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora