Habían pasado ya unas horas desde que el conde se quedó dormido de nuevo, su fiebre ya había disminuido bastante y su respiración era más estable.
Se retorció un poco entre las cobijas y abrió un poco los ojos.
—¿Alexandra...?
Mi... me dijo por mi... nombre...
—Conde... —susurré—. ¿Necesita algo?
—¿Podría... —tosió un poco—. Deme su mano...
—¿Mi... mano? —titubeé—. Puedo traer agua si lo desea...
—Alexandra... quiero sostener su mano.
El corazón me palpitaba con fuerza, podría estar delirando o saber perfectamente lo que me estaba pidiendo y eso significaba que algo pasaba con el conde. Mi respiración comenzó a aumentar e ignorando la incertidumbre que pudiera estar sintiendo le di mi mano al conde.
La mano del conde estaba helada, no sabía si se debía a su falta de oxigenación o por el simple hecho que tenía la sangre fría. A pesar de eso su tacto me escoció la piel y sentí algo diferente en el estómago.
—Es muy cálida...
Sonreí nerviosa.
—Y usted está helado.
—¿Despertó el joven amo?
Me giré sobre la silla y vi a su mayordomo en la entrada de la carpa. Rápidamente deslicé mi mano de la del conde y sentí como la apretaba un poco para que no lo soltara, me puse nerviosa cuando Sebastian se aproximó hacia su amo, al ver nuestras manos unidas me miró sorprendido y bajé la mirada apenada.
—Te lo ordeno... ve a la oficina de heráldica e investiga el dueño del anillo —declaró el conde—. En Londres ve al colegio de heráldica y en Escocia dirígete a la oficina de heráldica de Edimburgo.
Aún está muy débil... no podrá salir hasta la mañana.
—Regresa por nosotros en la mañana —finalizó—. Sebastian...
—¿Sí?
—Sé discreto.
—Como ordene, joven amo.
Sebastian salió de la tienda y volví a recostar al conde sobre la cama.
—¿Conde... qué está haciendo...?
—Disfruto de su compañía...
Me aclaré un poco la garganta.
—Es usted muy interesante —susurré—. ¿Necesita algo más?
—¿No ha... dormido?
Negué con la cabeza.
—Su mayordomo me confió su salud —le dije.
—Usted... también debe... descansar.
Hay mucho más debajo de ese semblante frío y distante...
—Si me duermo no podré cuidar de usted —objeté—. Por favor descanse sin preocuparse por mí.
—En tanto... no suelte mi mano...
Meneé la cabeza.
—No lo haré —le aseguré con una sonrisa.
Los ojos del conde volvieron a abrirse de sorpresa de la misma manera que lo había hecho en el carruaje el día anterior.
(...)
El alba llegó antes de que me diera cuenta, y aunque el conde seguía dormido había pasado una buena noche, su fiebre había casi desparecido, pero aún seguía pálido, me di cuenta que nuestras manos aún seguían unidas. Y tal como lo ordenó, Sebastian llegó en ese momento.
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Amarte en la oscuridad | Ciel Phantomhive
FanfictionCada heredero de la familia Hastings ha arrastrado el hecho de morir al cumplir los 35 años, por el simple hecho de tener humanidad y reusarse a ser algo que no representa su ducado, pero ese hecho se desvanece cuando Lizzie hace reír a Alexandra en...