Capítulo 20

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A pesar de haber asistido toda mi vida a galas de beneficencia, bailes, reuniones de negocios, comidas diurnas, entre muchos otros eventos; he conocido a un centenar de aristócratas, diplomáticos, personas de la realeza, dignatarios, pero jamás había conocido a una persona tan irritante como lo era el vizconde Druitt.

—Este individuo resulta irritante —dijo el mayordomo—, ¿desea qué lo mate en este momento?

—No, espera —dijo el conde—, aunque entiendo cómo te sientes.

En ese momento los vidrios de las paredes del salón se rompieron, dejando entrar a una enorme oleada de cadáveres andantes.

—¡Son demasiados!

—¡Vizconde active el artefacto! —ordenó el conde.

—¡Ya no soy un simple vizconde! César, sí, desde ahora seré llamado el César —dijo el vizconde—, quiero escucharte decirlo con tus hermosos labios, pequeño petirrojo.

Aclaré un poco mi garganta.

—Jamás había conocido a alguien así de irritante —espeté.

—Lo sabía, hay que matarlo ya —dijo el conde.

—Aguarde, por favor —intervino el mayordomo—, aunque comprendo cómo se siente en este momento.

—¡Igual que el emperador Nerón!

Disparé a algunos cadáveres y por un instante deseé dejar de escuchar a aquel noble que no paraba de decir cosas tan estrafalarias.

—¡Será mejor que pongas en marcha ese artefacto! —chilló la parca color rojo.

—De acuerdo, es hora de fundar mi nación —dijo el vizconde—, muy bien, todos ustedes... ¡pidan homenaje a su nuevo César con la danza del fénix!

Que irritante.

—¡Vamos!

—La... la llama perfecta que arde en nuestro pecho...

—Nadie jamás podrá extinguirla...

—Nosotros somos el nuevo... ¡fénix!

No basta con hacer esta peculiar pose, debemos hacerla al estilo de este sujeto...

—¡Muy bien, mis súbditos! —anunció—, ¡se los mostraré! ¡Haré postrarse ante mí a este ejército de los muertos!

El vizconde presionó un botón de la máquina y todos los presentes esperamos expectantes a que los cadáveres que nos rodearan dejaran de querer comernos.

Pero nada pasó, no hubo ningún cambio.

—Señorita Hastings, por favor, quédese detrás de mí —pidió Sebastian.

Asentí y vi al conde bastante molesto.

—¿Qué significa esto? —gritó.

Detrás de nosotros podía escuchar las sonoras carcajadas de Undertaker al ver que el artefacto no había funcionado.

—¡Ryan! ¡El artefacto que construiste no funciona como habías dicho!

—No, no puede...

—¿No fue usted quién construyó el aparato? —quise saber.

—¡Yo nunca sería capaz de construir algo como esto!

—¡Maldito! ¿Entonces sólo me habías engañado? —gritó el doctor.

¿A quién se refiere? No habla del vizconde...

A lo lejos vi como la parca color rojo, destrozaba con su guadaña a los cadáveres que estaban en su camino, para llegar en un instante hasta el vizconde para tener el mismo destino de aquellos monstruos. Pero en ese momento Undertaker detuvo su ataque con lo que parecía ser un trozo largo de madera.

Amarte en la oscuridad | Ciel PhantomhiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora