Capítulo 22

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—¡Alexandra!

Cuanto ruido...

—¡Lexie!

—Señorita Hastings.

—¡Lexie despierta!

Solté un quejido de dolor.

—Puedo... oírlo conde...

—Vaya... tal parece que el señor mayordomo no es el único que arriesgaría su vida por el pequeño conde...

A mi alrededor vi al conde bastante afligido y preocupado. Por el otro lado estaba Sebastian, quien me miraba con total asombro ante mi peculiar hazaña.

—Usted arriesgó su vida por la del joven amo —declaró—, y pudo haber resultado herida debido a mi falta de competencia, le ruego acepte mis disculpas.

Sonreí con dolor.

—Estabas bastante ocupado —respondí—, además... lo volvería a hacer...

—¡No digas esas cosas! —gritó el conde.

—Usted... grita mucho...

El conde me ayudó a incorporarme despacio, todo el cuerpo estaba sumido en dolor.

—Tu registro cinemático fue muy sugestivo —intervino Undertaker—, pero... como lo esperaba, es verdad que solo le traes dolor y congoja al conde, así que lo mejor será que desaparezcas.

Dispuesto a atravesar de nuevo al mayordomo, Undertaker empuñó con furor su guadaña, pero en el intento un estruendoso ruido seguido de una considerable inclinación lo interrumpió, haciendo que el conde y yo termináramos en el regazo de Sebastian.

—¡La cantidad de agua que se ha infiltrado ha hecho que el barco se levante! —declaré.

Ahora el mayordomo cargaba con el conde y conmigo en su pecho mientras se sostenía de la baranda de la escalera para evitar que nos estrelláramos, tal como el doctor lo había hecho.

Su cuerpo estaba en una posición extraña, y la sangre le cubría el rostro.

—Sebi lindo... como puedes ver ya no nos queda tiempo —dijo Grell—, lo siento mucho, pero yo me quedo con este sujeto, tú solo observa desde ahí.

Por encima de nosotros Ronald apareció para embestirnos con su guadaña, y con rapidez el mayordomo nos apartó del camino.

—Superior usted es mucho más fuerte que yo, ocúpese de ese sujeto si lo prefiere —declaró—, yo me encargaré de aniquilar a los débiles de aquí.

Podía notar como a Sebastian le costaba sujetarnos a los dos debido a su herida, y cómo se esforzaba por no soltarse de los lugares donde aún podía mantenernos seguros. Y el conde ya se había dado cuenta de ese hecho.

—Si subestimas a mi mayordomo, lo lamentarás —lo amenazó—, ¿crees que está débil? ¿Piensas que puedes ganarle? Ese fue un mal chiste ¿verdad, Sebastian?

Eso pareció haber despertado algo dentro del mayordomo.

—Así es, no hay duda.

A pesar de esa oleada de confianza, el mayordomo ahogó un quejido de dolor. El conde y yo pudimos encontrar un lugar donde pudiéramos estar a salvo en lo que Sebastian cumplía las órdenes de su amo, veía como aun con esa fatal herida se movía con destreza para asestarle unos golpes considerables a la parca con la que se enfrentaba. Podía sentir la firme mano del conde sostenerme por mi espalda.

—¿Porque lo hiciste?

Lo miré confundida.

—¿Porque arriesgaste tu vida por mí?

Amarte en la oscuridad | Ciel PhantomhiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora