Capítulo 41

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—Namasté, sean bienvenidos.

—¡Ciel! ¡Lexie! —chilló el príncipe—. ¿Cómo que se fueron de viaje a Alemania? ¿Por qué no me invitaron?

—Buenas tardes, señor Agni, alteza —saludé.

—¡Y además volviste con una nueva concubina, aunque ya estas comprometido! —exclamó—. ¡Eso es imperdonable para mi querida Lexie!

—Te equivocas —dijo el conde—. Sabes que estoy entregado a Alexandra.

Bajé la mirada avergonzada.

—En fin, ¡una invitada de Ciel es también mi invitada! —declaró—. ¡Necesitamos una cena adecuada, Agni!

—Sus deseos son órdenes.

—Puesto que ha sido un largo viaje, todos ustedes deben estar cansados —dijo Sebastian—. Enseguida prepararé el té de la tarde.

Pasamos al salón a degustar de los maravillosos postres que Sebastian preparó.

(...)

—Hoy tenemos té Earl grey de Higgins —dijo el mayordomo—. Como refrigerio, contamos con pastel de almendra y naranja y tarta de moras.

El conde, el príncipe y yo tomamos asiento y vimos a lady Sullivan babear al ver el festín.

—¡Todo se ve tan rico! —exclamó—. Bien, comenzaré con...

Lady Sullivan arrojó cubos de azúcar a su té y cuando se dispuso a tomar una tarta un látigo se estrelló contra su mano, haciéndola gritar de dolor.

—¡Alto ahí! —le dijo Sebastian—. Milady... las lecciones necesarias para permitirle sentarse a la mesa del té de su majestad, la reina, inician ahora.

—Nunca había visto a su mayordomo ser tan severo —le dije al conde—. ¿Fue así cómo lo educó a usted?

—Sus métodos son efectivos —respondió.

—Lady Sullivan es una dama —objeté—. Usted es un caballero, ¿no cree que es un método de enseñanza muy severo?

—¡Ciel! ¡Tú no dices nada! —lo reprendió el príncipe—. ¿No puedes ver que ella está asustada?

—Si siempre la consienten, nunca llegará a ningún lado —le dijo al príncipe—. Tu puedes.

Y se comió un trozo de pastel frente a la chica, cosa que le habían prohibido hacer hasta que aprendiera los modales en la mesa.

—Ya veo, si usted no hará nada... yo lo haré —espeté—. Dígale a su mayordomo que se detenga.

—No lo haré.

—¿Se está atreviendo a negarme algo? —pregunté—. ¿A mí? ¿A la duquesa de Helston? ¿A su prometida?

Lo miré desafiante y el conde bajó la cabeza.

—Detente Sebastian —ordenó.

El mayordomo se detuvo y me acerqué a lady Sullivan.

—Por favor, tome un pastel —le dije—. No permitiré que una dama, que además es mi amiga, sea privada de degustar estos maravillosos postres.

Los ojos de lady Sullivan brillaron de alegría y comió el pastel como una verdadera dama inglesa.

—Es usted muy elegante —la felicité—. Por favor, asegúrese de no olvidar lo que hizo hace un momento para sus futuras lecciones.

—Señorita Hastings...

—Lexie...

Tomé asiento y bebí un poco de té.

Amarte en la oscuridad | Ciel PhantomhiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora