Capítulo 40

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Cuando llegamos al castillo del señor Diedrich, su mayordomo se entusiasmó al poder conocer finalmente al conde.

—Es un placer poder conocerlo, conde Phantomhive.

—Si, le agradezco su ayuda —le dijo—. Le presento a mi prometida, la duquesa de Helston, Alexandra Hastings.

Hice una reverencia y el mayordomo se inclinó.

—Un placer conocerlo —dije con una sonrisa.

—El honor el mío, excelencia —respondió—. De verdad me recuerda mucho a su predecesor.

—Es perturbador escuchar eso considerando mi apariencia —musitó.

Una de las doncellas de la mansión analizó mis heridas, tenía un poco de tierra y mi ropa estaba rasgada. Me dirigió a mi habitación y tomé un largo baño, la mucama masajeó mi cabeza y lavó con mucho cuidado mi cuerpo.

—Por favor excelencia, cierre los ojos.

El agua caliente cayó sobre mi cabeza y en poco tiempo me reuní con el conde y el barón Diedrich.

(...)

—¿Undertaker? —preguntó—. Sí, ha pasado por aquí.

El conde casi escupe el té.

—¿Qué estaba haciendo en Alemania? —quiso saber.

—Dijo que debía atender un asunto en Francia, así que solo estaba de paso —respondió—. Yo ignoraba que él estuvo involucrado en la crisis del barco de pasajeros que se hundió.

¿Francia?

—¿Conoces su paradero actual? —inquirió.

—No me viene nada a la mente, pero...

El relato de Lord Diedrich se basaba en una visita inesperada que Undertaker le hizo hace un tiempo, donde principalmente se había mofado de su actual estado físico, pero también habían charlado sobre el padre del conde y de su lamentable muerte. Pero lo que más nos había llamado la atención a los tres fueron las últimas palabras que Undertaker le dijo a Lord Diedrich.

El conde Phantomhive aún está con nosotros —imitó.

El semblante del conde cambió drásticamente, no podía descifrar por completo lo que estaba pasando por su mente. Se veía abrumado, confundido, pensativo y algo alterado.

—Como siempre, no logro comprender de qué rayos habla ese sujeto —dijo—. Pero en ese momento no me pareció nada fuera de lo normal.

—Entonces... ¿se refería a mí? —susurró el conde—. O tal vez...

Vi que sus manos temblaron de inmediato, y puse mi mano encima de las suyas.

—Lo resolveremos —le dije.

En ese momento el mayordomo de Lord Diedrich apareció para anunciar que la cena estaba servida. El camino al comedor fue bastante silencioso.

—¿Qué planean hacer ustedes ahora? —quiso saber.

—Nuestra tarea es llevar a Sullivan ante la reina —respondió el conde—. En cuanto los heridos estén en condiciones de viajar, partiremos de inmediato.

Al entrar al salón vimos la euforia con la que lady Sullivan estaba degustando de los alimentos.

—¡Ciel! ¡Alexandra! —chilló—. ¡Siéntense a comer, esto está muy rico!

Reí conmovida.

—En las presentes circunstancias, no creo que sea capaz de participar en la fiesta de té de su majestad —dijo Sebastian.

Amarte en la oscuridad | Ciel PhantomhiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora