Curiosidad

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—No quiero.

—¿Cómo que no? 

—¡No quiero! —exclamo el infante nuevamente incapaz de pronunciar bien la "r".

—Will, sal del auto —pidió el padre del niño desesperado por la rebeldía de su único hijo. Normalmente siempre obedecía—. Vamos, te enseñaré tu nuevo cuarto y te compraré un helado ¿Qué te parece, campeón?

—Sigo sin querer —replicó mordazmente, cruzando sus brazos y haciendo un puchero, negándose a qué las lágrimas brotarán de sus ojos.

William Graham, suspiro exhausto. Había sido un viaje muy largo y solo quería dormir.

Tomó a su pequeño hijo en brazos y lo sacó de la parte trasera del vehículo. De inmediato, el niño empezó a retorcerse en sus brazos. Ya no pudo controlar el llanto y explotó en sollozos quejumbrosos e infelices.

William lo arrulló en sus brazos mientras tarareaba una canción de cuna, dirigiéndose hacia la pequeña casa que ahora sería su hogar.

Su hijo, Will, comenzó a patearlo y a golpearlo con sus pequeños puños en un intento desesperado por liberarse. 

Los golpes no le dolían, pero si lo lastimaban emocionalmente, pues nunca era capaz de consolar a su bebé. Will solo se detenía cuando el cansancio se apoderaba de su cuerpo. No importaba lo que William hiciera, su niño siempre se dormía entre lágrimas y despertaba con los ojos rojos e hinchados. 

Su hijo siempre fue sensible al mundo, a las personas, a los cambios, a todo tipo de situaciones

Su pequeño bebé de tan solo tres años no tenía la estabilidad de un lugar seguro. Su madre se fue cuando tenía un año y desde entonces, casi cada tres o cuatro meses, se mudaban constantemente debido a los negocios de la compañía en la que trabajaba William.

Esta vez, la empresa le ofreció un puesto en Francia. Iba a ocupar un puesto importante y la paga era muy buena, no había razones para negarse. 

Will no tomo el cambio muy bien, no solo cambiaron de casa otra vez sino que ahora estaban en un país completamente diferente. Will apenas hablaba inglés y ahora debía hablar francés. William estuvo a punto de no tomar el trabajo debido a las complicaciones para su hijo, quizá si había cometido un error al mudarse. Muchos de sus compañeros rechazaron el puesto debido a la gran responsabilidad que significaba, así como la mudanza. Debió imitarlos y quedarse en Luisiana.

Sacudió la cabeza. No. El Sr. Graham tenía que tener ese trabajo. Se convenció así mismo que no importaba si trabaja todo el día, se aseguraría de darle un buen futuro a Will.

Su bebé iría a la universidad, y para pagar cualquier carrera que su niño quisiera, debía trabajar el doble. Iba a darle una buena vida, incluso si no estaba ahí para verlo crecer.

Después de diez minutos de acunar a Will, finalmente se quedó dormido, con lágrimas recorriendo sus rosadas mejillas. 

Debido a que aún no había armado la cama de Will, se vio obligado a acostarlo en el sillón que ya estaba desempacado. Colocó varias almohadas alrededor de su hijo para evitar que rodara, como solía hacer todas las noches, y cayera al piso.

Regresó al auto solo para recoger a "Max", el perro de peluche favorito de Will y lo puso entre sus pequeños brazos. De inmediato, fue abrazado por su dueño.

—Te prometo que serás feliz aquí —susurró William, depositando un beso en la frente de su hijo—. Duerme bien, campeón.

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Podía escuchar la voz de Lady Murasaki llamándolo, mientras los empleados de limpieza también lo buscaban y gritaban su nombre. Pero Hannibal Lecter no se caracterizaba por ser un niño obediente.

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