Anillo

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Will 38 años, Hannibal 48 años



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Alana Bloom estaba nerviosa. Sacó su espejo de bolsillo y se miró, asegurándose de que se viera perfecta.

El maquillaje impecable, el cabello perfectamente peinado. Sabía que esa reunión no era solo una charla entre viejos conocidos; era un reencuentro con alguien que había tenido una gran influencia en su vida.

Alana era una respetada psiquiatra que trabajaba en la academia del FBI. El día anterior, se había encontrado con su antiguo mentor: Hannibal Lecter. Hacía muchos años que no lo veía en persona, aunque su fama como uno de los psiquiatras más destacados seguía resonando en los círculos de medicina y psicología. Era un nombre que nunca desaparecía del todo. 

Verlo nuevamente despertó en ella emociones que había creído enterradas. Estuvo enamorada de Hannibal cuando lo conoció, y al parecer, aun no había superado esos sentimientos.

Ese día, habían acordado reunirse. Alana quería saber que estaba haciendo en la academia del FBI el día en que se reencontraron. Un amigo le había comentado que Hannibal solía aparecer por ahí ocasionalmente, tal vez para colaborar en algún proyecto o simplemente para ofrecer sus conocimientos. Tal vez podría verlo más seguido si realmente estaba trabajando allí.

Llegó al restaurante donde habían quedado de encontrarse unos minutos antes de la hora pactada, con los nervios a flor de piel. No tuvo que esperar mucho. 

Apenas diez minutos después, Hannibal hizo su aparición, impecablemente vestido con un traje hecho a la medida, como siempre. Su presencia llenaba el lugar, y Alana no pudo evitar sentirse abrumada por la misma atracción que había sentido años atrás.

La mujer se encontró reprimiendo una sonrisa nerviosa mientras se levantaba para saludarlo, sintiendo cómo su pulso se acelera

Después de un cordial saludo, ambos se sentaron en la mesa asignada. Alana, aunque intentaba mantener la calma, no podía evitar sentirse cohibida. El hombre al que no había visto en tanto tiempo, se veía aún mejor de lo que recordaba. Si antes era atractivo, la edad lo había favorecido de manera impresionante. Alana tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no quedarse mirándolo fijamente

Comenzaron a hablar sobre sus vidas. Hannibal mencionó que tenía un consultorio privado en Baltimore y que, en los últimos años, había viajado mucho a diferentes países. 

El mesero llegó con su comida y una botella de vino de la mejor calidad. Hannibal tomó su copa con una elegancia natural, y en ese momento, las preguntas de Alana se quedaron atrapadas en su garganta al notar algo en la mano de Hannibal.

—Ese anillo… ¿Estás casado?

El anillo era dorado, con un diseño grabado que lo hacía destacar. 

Hannibal esbozó una sonrisa suave, mirando su anillo antes de tocarlo con un gesto casi reverente.

—Sí, diez años ya —respondió, sus ojos brillando con una calidez inusual—. En un mes, dos días y ocho horas, cumpliremos once años de feliz matrimonio.

Esa información congeló a Alana. La idea de salir con él se desvaneció instantáneamente.

—Oh —murmuró, recuperando la voz tras unos segundos—. No sabía que estabas casado. Me sorprende no haber oído nada sobre ello. ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco?

—El afortunado soy yo —dijo con una sonrisa orgullosa—. Mi esposo es bastante reservado. No ocultamos nuestro matrimonio, pero valoramos nuestra privacidad.

Promesa Eterna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora