Persecución

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Will 23 años, Hannibal 33 años



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—¿Seguro que no va a venir nadie? —preguntó Will, estaba excitado, pero también preocupado.

—Reservé esta hora solo para ti. No seas tímido, querido chico —respondió Hannibal con una sonrisa maliciosa, acercándose para susurrar contra los labios de Will antes de morder su labio inferior y jalarlo 

—No lo soy.

—Demuéstralo entonces.

Hannibal estaba recostado en el diván largo de su oficina de psiquiatra, la parte superior de su atuendo aún impecable con el saco, chaleco y corbata en su lugar. Sin embargo, la parte inferior contaba una historia diferente; sus pantalones habían sido descartados, y sus piernas desnudas se entrelazaban detrás de la espalda de Will, atrayéndolo más cerca.

Will ya lo había preparado, así que se deslizó dentro de él con un sonido húmedo, un gemido escapando de ambos al unísono.

—Mierda… —jadeó Will. Incluso si lo habían hecho muchas veces, seguía sintiéndose tan caliente y apretado que le daban ganas de correrse en ese momento.

Empezó a moverse, balanceando sus caderas de adelante hacia atrás. Al principio, lo hizo despacio, tomándose su tiempo, dejando escapar gruñidos de vez en cuando mientras Hannibal soltaba pequeños gemidos y suspiraba con satisfacción. Luego, aumentó la velocidad, sus movimientos volviéndose más frenéticos. La habitación se llenó del sonido incesante de sus pieles chocando y de los gemidos de ambos, una sinfonía de deseo que resonaba en las paredes

—Un poco más fuerte, Will —pidió Hannibal, echando la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados en un éxtasis controlado. Will obedeció—. Así, así es perfecto.

—Hannibal... —gimió Will, su voz quebrándose bajo el peso del placer que sentía, sus movimientos volviéndose más erráticos mientras buscaba su liberación.

Hannibal comenzó a balancearse al ritmo de Will, haciendo las embestidas más profundas, más fuertes, cada una perfectamente sincronizada para maximizar el placer.

Will ahora podía aguantar más, un logro que lo llenaba de orgullo. Recordaba las primeras veces, cómo había sido un desastre, sus embestidas torpes e inseguras, la vergüenza de correrse demasiado rápido. Pero Hannibal siempre había sido paciente, aunque clínico en sus observaciones, recordándole que era joven y que era normal aprender y mejorar con el tiempo.

Al principio, temió no poder estar a la altura, esa inseguridad había sido una sombra constante. Pero en esos últimos años, sentía una confianza nueva, una certeza en su capacidad de complacer a Hannibal. 

Hannibal lo jaló, atrapando sus labios en un beso devorador mientras ambos se acercaban al clímax. Will gimió en su boca, sin detenerse, dejando que el psiquiatra chupara su lengua y Will temblará ante esto.

Su mano encontró el miembro de Hannibal, y comenzó a acariciarlo al ritmo de sus embestidas. Hannibal dejó escapar un gemido de satisfacción profunda, su aliento caliente contra la cara de Will. 

Con un último empuje, el orgasmo los envolvió a ambos. Will sintió una ola de placer tan intensa que todo lo demás se desvaneció. Su cuerpo tembló y se estremeció, sus gemidos se ahogaron en el beso. Al mismo tiempo, Hannibal se corrió también, su cuerpo sacudido por espasmos de placer.

La oficina quedó en silencio, roto sólo por jadeos suaves y suspiros. Will se desplomó sobre Hannibal, sintiendo el latido constante del corazón del hombre bajo él, una sensación que siempre encontraba reconfortante

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