Mischa

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—¿Recuerdas "Das Männlein im Walde", Herr Dortlich? A Mischa le encantaba esa canción —rememoro Hannibal con melancolía—. Cantemos para Mischa.

Sujetando al caballo que llevaba la cuerda que rodeaba al hombre amarrado al árbol, Hannibal comenzó a avanzar, guiando al caballo mientras cantaba en voz alta la canción preferida de Mischa.

Habían pasado varios días desde su llegada a Lituania. Hannibal había regresado al Castillo Lecter, aunque no se atrevió a entrar. Era un lugar al que nunca podría regresar, y esa sería la última vez que lo vería.

Buscó a Mischa entre las ruinas de la casa donde murió, encontrando lo que parecían ser sus pequeños huesos. También descubrió placas de identificación de metal que tenían impreso el nombre de varios hombres, incluido el de Vladis Grutas. Leer ese nombre hizo hervir la sangre en las venas de Hannibal. Ahora sabía su nombre completo y aparentemente tenía los nombres de todos los implicados en la muerte de su pequeña hermana. La venganza era una promesa que cumpliría.

Mientras recolectaba los huesos de Mischa, Hannibal se vio sorprendido por un intento patético de ataque por parte de un hombre. Hannibal respondió de inmediato, golpeando al atacante y dejándolo inconsciente en el acto. Reconoció al hombre y el nombre en su tarjeta de identificación lo identificó: Herr Dortlich, uno de los compañeros de Grutas y responsable de la muerte de Mischa.

Hannibal reunió todos los huesos que podrían pertenecer a su hermana y regresó al Castillo Lecter. Allí, construyó una tumba digna para Mischa, enterrándola junto a una de sus desgastadas muñecas de trapo y un adorno que una vez le había pertenecido. De rodillas en el suelo, le leyó un cuento de memoria y le pidió perdón por no haber podido salvarla. No se permitió llorar.

Una vez Mischa descansó, Hannibal se ocupó del hombre, decidido a obtener información sobre dónde estaban los otros compañeros de aquel tiempo. Su sed de conocimiento y verdad lo inspiró. Ató al hombre a un grueso árbol en medio del bosque, completamente inmovilizado. El extremo libre de la cuerda se ató a la silla de montar de un caballo, que sería su cómplice en esta justicia macabra. Cuando el caballo avanzara, tensaría la cuerda, apretándola más alrededor del cuerpo del hombre y de su garganta. Con suerte, podrían salirse sus ojos, y Hannibal sentía una inmensa curiosidad por saber si sus ojos se saldrían de sus órbitas antes o después de morir.

—No estás cantando —dijo Hannibal, molesto con el hombre atado al árbol, mientras avanzaba junto al caballo.

El hombre comenzó a tartamudear la canción, su voz apenas podía escapar de su garganta debido a la presión ejercida. Sus ojos parecían más saltones, Hannibal estaba ansioso por ver que pasaría.

—¡Kolnas! ¡Kolnas sabe de él! —gritó el hombre, entre jadeos y palabras entrecortadas.

Al obtener un nombre, Hannibal dejó de avanzar y se acercó al hombre, exigiéndole más detalles sobre la ubicación de Kolnas, quien sabía dónde estaba Grutas. Una vez que obtuvo la información que necesitaba, el hombre ya no le servía. Hannibal silbó para que el caballo continuara avanzando, y la cuerda alrededor del cuello del hombre ejerció presión hasta que lo ahorcó, rompiendo su cuello y haciendo que su sangre salpicara en todas direcciones. Lamentablemente, sus ojos no se salieron antes de que muriera; la muerte llegó primero.

La sangre había salpicado el rostro de Hannibal, después de una breve pausa de consideración, la limpió con su mano y lamió la sangre. Sabia a sangre de cerdo.


Hannibal regresó al hotel donde se hospedaba con Chiyoh mientras viajaban por Lituania. Aunque no era un hotel lujoso, era mucho mejor que las alternativas económicas cercanas. Hannibal le dio las noticias a Chiyoh, quien lo escuchó sin pestañear ni reaccionar ante la descripción gráfica de la muerte del hombre.

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