Detective de homicidios

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Cuando Will entró corriendo a la casa sin siquiera saludar, William supo de inmediato que algo malo había sucedido. Menos de cinco minutos después, alguien llamó a la puerta. 

Para su sorpresa, se encontró con dos hombres que exhibían sus placas de la policía de Baltimore y se presentaron como los jefes de policía de la zona.

—¿Aquí vive Will Graham? —preguntó el hombre más alto.

William se quedó en silencio por un momento. Lo primero que pasó por su cabeza fue que Will podría haberse metido en problemas. Siempre había temido que alguno de los niños con los que su hijo tenía conflictos terminara por arrastrarlo a una situación grave y llamaran a la policía.

Era una preocupación constante para William, se preguntaba por qué la gente parecía querer molestar a su pobre e inestable hijo. Y cuando Will se defendía, luego lo culpaban de todo. 

—Soy yo, William Graham

—Oh… Así que usted es su padre. Pero no, me refiero al chico, a su hijo.

No importaba en qué lío se hubiera metido Will, incluso si hubiera matado a alguien, William no permitiría que se llevaran a su niño 

—¿Qué buscan de él? —preguntó William, con desconfianza

—Su hijo no está en problemas, señor Graham. Solo queremos hablar con él, y con usted ¿podemos pasar? —explicó el otro hombre de manera calmada

William los miró con desprecio, recorriendo sus figuras con la mirada de arriba a abajo antes de apartarse de la puerta para permitirles la entrada.

Por el rabillo del ojo, al final del pasillo, pudo ver la cabeza de Will asomándose desde su habitación, sus rizos revueltos destacando contra el fondo oscuro de la habitación. William sabía que su hijo estaba evaluando la situación, sopesando si debía intervenir o mantenerse oculto hasta tener más información sobre la visita inesperada. 

—¿Qué necesitan? —preguntó William, cruzándose de brazos

—Necesitamos que Will esté presente, queremos hablar de él —respondió el policía con calma, manteniendo la compostura ante la actitud defensiva de William.

—¿Sobre qué? —preguntó William, frunciendo el ceño y preparándose para echarlos de su casa si era necesario.

—Entiendo que esté a la defensiva, pero solo queremos hablar. Es relacionado a las cartas que ha enviado a la policía durante años

William bufó molesto. Había advertido a Will en repetidas ocasiones que dejara de enviar esas cartas, que solo traerían problemas. Y ahora, finalmente, estaban enfrentando las consecuencias de sus acciones.

Se preguntaba qué tipo de castigo les esperaba: ¿una multa, una amenaza, algo peor? Con Will recién cumplidos los 18 el mes pasado, temía que el castigo pudiera ser más severo, ya que ahora su hijo era considerado mayor de edad legalmente responsable de sus acciones. 

De mala gana, llamó a Will. Su hijo salió tímidamente de su habitación, visiblemente nervioso, mirando a todos lados excepto a las personas en la habitación. 

—Buenas tardes, Will. Me parece que nos encontramos abajo antes de que nos empujaras y salieras corriendo —dijo uno de los policías

—Me debes estar confundiendo —gruño Will, 

—¿Podríamos sentarnos para poder hablar? —preguntó el otro policía, mirando el pequeño comedor.

Padre e hijo aceptaron, aunque William estaba claramente decidido a defender a su hijo de cualquier acusación injusta.

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