Il Mostro di Firenze

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—¡Papa, despierta… Papa, papi, despierta!

Will sacudió el brazo de su padre con urgencia, tratando de despertarlo. La voz del niño estaba llena de miedo y ansiedad.

—¿Will? ¿Qué haces?

William se movió con un gruñido somnoliento, molesto por ser despertado. Will se apartó de inmediato, jugando nerviosamente con el borde de su camisa mientras bajaba la cabeza, como si eso pudiera ayudarlo a encontrar el coraje que necesitaba.

—Hay un monstruo fuera de mi ventana —dijo Will tímidamente, sus palabras apenas audibles.

William suspiró exhausto, cubriéndose la cara con la mano. Parecía agotado.

—Will, los monstruos no existen, ya te lo he dicho muchas veces —gruñó—. Ya eres demasiado grande para seguir creyendo en monstruos.

El niño, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con salir, abrió la boca para responder.

—Pero…

—Nada de "peros", Will. Esta es la octava noche seguida que me despiertas, tengo que dormir. Tengo que abrir el taller temprano, ¿entiendes? Tengo que trabajar. Vete a dormir.

El niño dudó, temeroso de regresar a su habitación. Habían pasado tres semanas desde que llegaron a ese viejo apartamento después de dejar Francia. A Will no le gustaba el lugar; tenía un olor extraño, oía a los vecinos y sombras tenebrosas se proyectaban en su ventana. Su mente infantil, en lugar de asociarlas al árbol fuera de su ventana, le hacía creer que había un monstruo.

—Tengo miedo —susurró Will

—Ve a la cama, Will. No existen los monstruos —respondió su padre, firme en su tono.

Will, con lágrimas en los ojos, fue prácticamente echado de la habitación por su padre. Corrió hacia su cuarto en busca de Max, pero recordó que ya no lo tenía. En su lugar, agarró un peluche blanco que había recibido en su último cumpleaños, un perro blanco que había nombrado Zoe.

Abrazó al peluche con fuerza antes de meterse en la cama y ocultarse bajo las sábanas. Will sabía que era absurdo tener miedo, pero no podía evitarlo. Creía fervientemente que había un monstruo acechando, uno que quería hacerle daño. Tenía pesadillas en las que ese mismo monstruo intentaba comerlo.

Nunca antes había molestado a su padre con sus pesadillas ocasionales, porque Hannibal siempre estaba allí para consolarlo. Recordaba despertarse a altas horas de la noche, asustado y llorando, y Hannibal, que dormía a su lado, lo atraía hacia sus brazos, protegiéndolo de cualquier cosa mala. Le susurraba palabras en un idioma extraño que Will no entendía del todo, pero que lo tranquilizaba profundamente solo por escuchar su voz

Pero Hannibal ya no estaba con él. Will pensó en llamarlo por teléfono, pero no lo hizo, temiendo que Hannibal estuviera durmiendo o que se hubiera olvidado de él. La idea lo hizo llorar aún más, y Will enterró la cara en su peluche mientras las lágrimas empapaban sus mejillas.




—————




El hombre había recobrado la conciencia, pero incapaz de lidiar con el dolor, sus gritos habían dejado de resonar y ahora solo emitía quejidos tenues, su vida se desvaneciera lentamente sin poder hacer nada para evitarlo.

Hannibal retiró cuidadosamente sus manos del abdomen abierto del hombre, suspirando con frustración. Aún no había dominado la administración del somnífero, y sus dos víctimas anteriores habían despertado durante el procedimiento, lo que resultaba molesto por sus gritos.

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