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—Recomiendo que simplemente te dejes llevar por la pérdida de sangre. Luchar no te servirá de nada —dijo Hannibal, mientras daba los últimos toques a su macabra obra.

Frente a él, la mujer aún luchaba por su vida. Estaba empalada en el suelo, con varios tubos de metal atravesando su cuerpo. El dolor en su rostro era evidente, sus ojos vidriosos lo veían con terror mientras su vida se desvanecía poco a poco. 

Esa mujer había sido una molestia persistente. 

Ella era una oficial que había estado coqueteando con Will; invitándolo a tomar algo después del trabajo, llevándole comida e intentando seducirlo con descaro. Cada vez que Hannibal iba a recoger a Will del trabajo o le llevaba su almuerzo, veía a la mujer pegada a él, jugando con su cabello y tocándolo siempre que podía.

Will se apartaba y la rechazaba. No quería saber nada de ella, pero la mujer seguía insistiendo, deseando al joven agente en su cama. 

Coquetear con Will había sido su sentencia de muerte. 

Eliminarla fue una decisión fácil. No le preocupaba que Will se sintiera culpable o que pensara que el Destripador estaba detrás de él. No había una conexión directa con Will en ese crimen; la policía tenía numerosos enemigos. En el último año, tres agentes habían sido asesinados: uno en una persecución fallida, otro víctima de un presunto asesino en serie (no fue Hannibal), y el tercero en una imitación barata de su propio trabajo. La muerte de esa oficial sería vista como una muestra de que el verdadero Destripador reclamaba su lugar.

Después de un turno largo, Hannibal aprovechó para secuestrar a la mujer y llevarla a una gasolinera abandonada. Ese lugar desolado se convertiría en el escenario de su venganza por atreverse siquiera a intentar algo con Will.   

No era la primera vez que eliminaba a alguien por intentar “seducir” a su querido chico. La primera víctima había sido un civil, un hombre que iba a diario a la estación de policia para poner una “queja” o dar una pista falsa sobre el Destripador, insistiendo en que fuera Will quien lo atendiera. Su único objetivo era coquetear descaradamente con Will en cada encuentro.  El hombre fue servido en un gumbo, el cual Will había disfrutado e incluso se comió dos porciones. El recuerdo de esa cena siempre le traía una oscura satisfacción.

Hannibal terminó su trabajo, el cuerpo de la oficial transformado en una grotesca obra de arte. Mientras guardaba sus herramientas, su teléfono comenzó a vibrar dentro de su maletín. 

Estaba pensando en ignorar la llamada, pero el nombre de Will brillaba en la pequeña pantalla, y se apresuró a contestar, quitándose el guante y sujetándolo con la mano contraria para poder presionar los botones.

—Buenas noches, Will —dijo, emocionado–. ¿A qué debo esta llamada nocturna?

—Salí antes del trabajo y me preguntaba si ya habías cenado y estabas en casa. Salí a pescar con papá ayer y atrapé un buen pescado. Quería saber si te gustaría que preparará…

—Absolutamente —dijo sin dejar que Will terminara—. ¿Te paso a recoger?

—No, puedo llegar por mi cuenta. Espero que no te importe que destruya un poco tu cocina 

Hannibal sonrió, una calidez rara iluminando sus ojos. Después de terminar la llamada, se apresuró a guardar el resto de cosas en su maletín. Normalmente revisaba hasta tres veces que todo estuviera en orden, pero esta vez, feliz por la invitación de Will y queriendo llegar a casa antes que él, se dirigió rápidamente a su coche, quitándose el guante que le quedaba y guardándolo en el maletín.

Al llegar a casa, se deshizo de su traje plástico y su maletín, arrojándolos al sótano. Podría limpiar al día siguiente; esta noche, su atención estaba completamente en Will. 

Promesa Eterna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora