Estudiante universitario

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Will 25 años. Hannibal 36 años




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Will estaba a punto de ir a buscar algo de comer a la cafetería cuando fue abordado por tres de sus compañeros de clase, un chico y dos chicas. Habían comenzado a hablar con él de manera casual. No eran groseros en absoluto, pero Will nunca había tenido una conversación con ellos más allá de un saludo ocasional. Estaba seguro de que solo estaban hablando con él para pedirle sus apuntes. 

La conversación fue interrumpida por una chica que se acercó corriendo, deteniéndose frente a ellos con el rostro ligeramente enrojecido y el aliento entrecortado.

—¡Will! Te están buscando —dijo la chica. Ella era la única persona con la que Will se llevaba bien en la universidad. Señaló con el dedo detrás de Will, hacia la explanada cubierta de pasto verde—. Dijo que olvidaste tu almuerzo y vino a traértelo.

Will siguió la dirección que le indicaba, a lo lejos, parado de manera imponente y con una quietud casi macabra, distinguió a Hannibal en medio de la explanada de la universidad. Estaba completamente inmóvil y con los brazos relajados a los lados, destacaba de una forma casi surrealista entre el bullicio universitario. Will no podía evitar preguntarse porque no podía actuar como alguien normal 

—¿Tu papá te trajo el almuerzo? ¡Wow! El mío dejó de prepararme el almuerzo cuando tenía cinco años —comentó su compañera, con una mezcla de asombro y envidia, sin apartar la mirada de Hannibal.

—El mío nunca lo hizo —continuó otro de sus compañeros, con una risa amarga.

—¡Qué lindo de su parte! Vino hasta acá a traerte tu almuerzo. ¡Es tan adorable! —añadió una de las chicas, con una sonrisa

—¿Mi… papá? —susurró Will, entre incrédulo y mortificado. 

La idea le resultaba absurda. Hannibal no se veía tan viejo, y Will no se veía tan joven. ¿Cómo podían haber llegado a la conclusión de que era su padre antes que un amigo?

—Oye, oye. ¿Está casado tu papá? —dijo su compañera, con una sonrisa lujuriosa

Will la miró molesto. Sin decir una palabra, se alejó en dirección a Hannibal, quien al verlo acercarse, esbozó una cálida sonrisa 

—Hannibal, ¿qué haces aquí? 

—Te traje tu almuerzo, saliste tan apresurado de casa que lo olvidaste —respondió, ofreciendo su bolsa de almuerzo 

—Me refería a por qué estás aquí. Es un viaje de una hora desde Baltimore

—Temía que te quedaras sin comer si no tenías tiempo de comprar algo. Y, francamente, no quería que comieras comida chatarra

Will no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. La preocupación de Hannibal, aunque a veces exagerada, era algo que había aprendido a valorar más que a cuestionar.

—Lo agradezco, pero no interrumpas tu trabajo por mi.

Hannibal sonrió antes de darle un beso en los labios. Sabía que Hannibal no iba a hacer caso a su petición, porque para él, la prioridad siempre sería asegurarse de que Will estuviera bien.

—¿Ya terminaste tus clases de hoy? —preguntó Hannibal al separarse

—Sí, voy a la biblioteca a estudiar y terminar un trabajo antes de volver

—Puedo esperarte para volver juntos a casa

Desde hacía una semana, habían comenzado a vivir juntos oficialmente. No había cambiado casi nada en su dinámica, pero ahora Will tenía su propio estudio, un refugio diseñado con un esmero casi obsesivo por parte de Hannibal. El cuarto de invitados se había transformado en la habitación de los perros, quienes ahora tenían un lugar exclusivo tanto dentro como fuera de la casa, donde Hannibal había instalado otra caseta para que durmieran donde quisieran. Era un hogar en todos los sentidos de la palabra, y cada rincón hablaba de la vida compartida que estaban construyendo.

Promesa Eterna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora