Agresivo

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Hannibal finalizó la llamada con un suspiro, ajusto la bolsa de compras sobre su hombro antes de girar la llave en la perilla de la puerta y adentrarse en su hogar.

El día había transcurrido con una calma apacible. En la mañana, había dedicado tiempo a pasear a Max, sumergiéndose luego en el bullicioso y colorido mercado de agricultores, donde seleccionó con esmero los ingredientes más frescos para sus futuros platillos.

Siendo su día libre, no tenía un itinerario preciso que seguir. Desde su graduación, sin una especialidad médica definida, había optado por trabajar en el área de trauma en la sala de emergencias del hospital de Johns Hopkins. A pesar de no ser su campo preferido, encontraba cierto entretenimiento en él.

Todo había transcurrido sin contratiempos hasta que recibió esa llamada

Al entrar en casa, se despojó de su abrigo, colgándolo con cuidado en el perchero. Un sutil y agradable aroma dulce flotaba en el aire, una presencia que capturó su atención, aunque momentáneamente decidió dejarlo de lado. En su lugar, encaminó sus pasos hacia la cocina para organizar sus adquisiciones recién adquiridas.

Acomodó meticulosamente los productos en el refrigerador, cerrando la puerta con un suave clic.  Volvió a abrirlo cuando su cerebro lo alertó de que algo estaba fuera de lugar. En el estante inferior descansaban cuatro delicados platos con tiramisú, restos de una cena entre colegas que Hannibal había decidido guardar.

En lugar de los cuatro platos que había colocado allí el día anterior, ahora tan solo había tres.

Hannibal cerró la puerta del refrigerador, sus sentidos alerta, escrutando el entorno con una mirada aguda y perspicaz.

—Will, se que estás aquí —anunció en un tono sereno pero firme, dejando que su voz resonara en el espacio, esperando alguna respuesta. 

La puerta del jardín trasero se abrió con un suave chirrido y Will asomó la cabeza, las comisuras de su boca manchadas de tiramisú. A su lado, Max también espiaba, ladrando con entusiasmo hacia Hannibal, un saludo canino.

—No es como si me estuviera escondiendo… —respondió Will con un deje de timidez, entrando tímidamente a la casa. Jugueteaba con un plato vacío entre sus dedos.

—No dije que lo fueras —replicó Hannibal, acercándose para tomar el plato en sus manos.

Aprovechó el momento para limpiar con delicadeza las comisuras de la boca del querido niño con su pulgar, su dedo trazando un gesto sutil y cuidadoso, antes de llevarse su propio pulgar a los labios, saboreando el rastro del tiramisú.

—Lo sabes, ¿verdad? —inquirió Will, apartándose ligeramente.

—No se de lo que hablas, querido niño.

—Sé que lo sabes. Y sé que quieres preguntar —desafió Will, buscando la verdad en los ojos de Hannibal.

Hannibal llevó el plato al lavabo y comenzó a lavarlo, apartando suavemente a Will cuando el niño intentó hacer lo mismo.

—Aunque me intriga saber por qué golpeaste a tu compañero de clase con una roca, no es mi prioridad —murmuró Hannibal, entregándole el plato vacío a Will para que lo secara. 

Mientras lo hacía, su mente retrocedió al momento en que, tras su visita al mercado de agricultores, su teléfono había sonado inesperadamente. Era William, quien al otro lado de la línea, parecía nervioso, llamando con urgencia. Hannibal recordó la intensidad en la voz del hombre, una furia apenas contenida y un desconcierto palpable en cada palabra.

Will, aparentemente, había golpeado la cabeza de un niño con una roca en un arrebato de violencia durante el recreo, huyendo a toda prisa cuando un profesor se aproximó.

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