Hechizo

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Max se había convertido en una especie de celebridad en el entorno de Johns Hopkins. Cuando Hannibal se ausentaba del hospital para asistir a sus clases en la universidad, llevaba a Max consigo. El perro aún era un cachorro, su apego hacia Hannibal era innegable; lloraba desconsoladamente cada vez que se quedaba solo.

La vecina de Hannibal, a pesar de su amabilidad, no podía cuidar a Max todo el tiempo, y las mañanas de Will estaban ocupadas, lo que presentaba un desafío para el cuidado del cachorro. Esto llevó a Hannibal a buscar una solución y adquirir una bolsa especial para transportarlo, iniciando sus actividades diarias con el cachorro a cuestas.

La presencia de Max atraía a todos de manera magnética; parecía que nadie hubiera visto jamás un perro antes. Curiosamente, Hannibal parecía atraer aún más la atención de las mujeres simplemente por estar acompañado por el cachorro, quien disfrutaba vagar por los pasillos del edificio y asistir a clases 

A pesar de los inconvenientes ocasionados por la atención no deseada que generaba, Max también traía consigo ventajas notables. Will acudía a su casa casi a diario después de la escuela. Ansiaba ver al cachorro y, en consecuencia, estar con Hannibal, quien disfrutaba observarlo mientras revoloteaba por allí, jugando y divirtiéndose con Max.

El viernes por la tarde, después de la escuela, Hannibal fue a recoger a Will y lo llevó a su casa para que pudiera pasar tiempo con Max. Mientras Hannibal preparaba la cena, Will se encargaba de pasear a Max. Hannibal previamente había llevado a Will a una tienda de mascotas para que comprara todo lo necesario para el perro. Will escogió un elegante collar negro que se mimetizaba perfectamente con el pelaje del cachorro, quien parecía estar creciendo a un ritmo alarmante 

De repente, un golpe inesperado resonó en la puerta, interrumpiendo la tranquila atmósfera que reinaba en la casa de Hannibal. Hannibal se dirigió hacia la puerta y al abrirla, se encontró con su vecina, una amable anciana de edad avanzada.

—Hannibal, por favor, no te alteres —comenzó la anciana preocupada—. Will estaba paseando a Max cuando se acercó otro perro bastante grande. Will levantó a Max en sus brazos y el otro perro se le abalanzó. No hubo mordidas ni heridas. El dueño llegó justo a tiempo para separarlos, pero Will...

Will salió de detrás de ella. Sus ojos se hallaban llenos de lágrimas y sostenía a Max con sumo cuidado en brazos, mostrando una pequeña herida en su frente. A pesar de ser un rasguño leve, se podía notar una pequeña cantidad de sangre oculta entre sus rizos.

Hannibal se apresuró a tomar al niño del brazo y lo hizo entrar a la casa 

—Gracias por traerlo, me encargaré de Will —dijo Hannibal con tono calmado mientras cerraba la puerta, apartando el cabello de Will para examinar la herida en su frente.

Will solía lastimarse con frecuencia. Las caídas eran comunes para él y la sangre no le resultaba intimidante; incluso jugaba con su propia sangre y se había acostumbrado al dolor en sus manos, tan familiar como su propia piel raspada. Pero, a pesar de su resistencia, la herida ardiente en su frente todavía le dolía, recordándole que, a pesar de su valentía, seguía siendo un niño vulnerable.

—Me duele —murmuró el niño, abrazando a Max

—Lo sé, corderito. Te curaré, no te preocupes —aseguró Hannibal con voz suave, manteniendo la calma para tranquilizar a Will—. No es una herida tan grave, no dejará cicatriz. Será como si nunca hubiera estado ahí.

Hannibal le quitó a Max de las manos y, tras asegurarse de que el niño no presentara signos de conmoción cerebral, lo llevó al baño. Con gentileza, lo sentó en la tapa del inodoro y comenzó a tratar la herida en su frente. Desinfectó meticulosamente la lesión y aplicó una banda con dibujos de patitas de perro, una compra que hizo solo para Will.

Promesa Eterna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora