vii. the truth

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vii. la verdad

Harry abrió cinco centímetros la puerta del aula

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Harry abrió cinco centímetros la puerta del aula. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salieron del aula y se colocaron detrás de la estatua de la bruja tuerta.

Harry sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él habían aparecido dos motas de tinta con el rótulo «Harry Potter» y «Margaery Potter». Margaery las miró con atención. El otro yo de tinta de su hermano parecía golpear a la bruja con la varita. Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un diminuto letrero. Decía: «Dissendio.»

—¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja.

Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudieran pasar por ella una persona. Harry guardó el mapa y dejó entrar a su hermana primero.

—Las damas primero —le dijo con una sonrisa

—Cobarde —susurró Margaery. Metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro. —¡Ven! —le gritó

Unos segundos después su hermano había terminado de hacer el mismo recorrido.

El pasadizo se doblaba y retorcía. Margaery y Harry corrieron por él, con las varitas por delante, tropezando de vez en cuando en el suelo irregular. Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender.

Diez minutos después, llegaron al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer ruido, comenzaron a subir. Luego, de improviso, su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla. Harry casi suelta una carcajada, pero Margaery lo hizo callarse. Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.

Se encontraban en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Salió, mantuvo la trampilla en alto para que Harry saliera y luego la volvió a bajar. Se disimulaba tan bien en el suelo que era imposible que alguien se diera cuenta de que estaban allí. Anduvieron sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oían voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.

Mientras se preguntaban qué harían, oyeron abrirse otra puerta mucho más cerca de ellos.

—Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina.

Un par de pies bajaba por la escalera. Los mellizos se ocultaron tras un cajón grande y aguardaron a que pasaran. Oyeron que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente.

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