viii. those purple eyes

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viii. esos ojos violetas

Ni Margaery ni Harry sabían muy bien cómo se las habían apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo

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Ni Margaery ni Harry sabían muy bien cómo se las habían apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabían era que el viaje de vuelta parecía no haberles costado apenas tiempo y que no se daban muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababan de oír.

¿Por qué nadie les había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, su tía Margaery, Remus, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Electra observó intranquila a Margaery durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Cedric estaba sentado cerca.

Cuando bajaron a la sala común atestada de gente, Margaery, que no quería que nadie le preguntara nada, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que su tía le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...

Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano,
con una amplia sonrisa. El pelo alborotado que Harry y Margaery habían heredado se levantaba en todas direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre, con su cabello platinado, idéntico al de Alyssane, peinado en una trenza. A un lado de ellos estaba, la que en ese entonces era reina, Leah, como dama de honor. Y allí... aquél debía de ser. El padrino. Margaery nunca le había prestado atención.

Si no hubiera sabido que era la misma persona, no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

«Pero los dementores no le afectan —pensó Margaery, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír lo que Harry oye cuando se aproximan demasiado...»

Margaery cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista. Se abrió la puerta del dormitorio.

—¿Marg? —preguntó la dubitativa voz de Electra.

Pero Margaery se quedó quieta, simulando que dormía. Oyó a Electra que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos.

Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Un odio que la hacía querer quemar todo lo que veía a su alrededor. Un odio que, si no era canalizado, podría llegar a matar a alguien.








































































































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