lxx. me and the devil

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lxx. yo y el diablo

Habrían sido unas felices y tranquilas vacaciones de no ser por las historias de desapariciones, extraños accidentes e incluso muertes que aparecían casi a diario en El Profeta

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Habrían sido unas felices y tranquilas vacaciones de no ser por las historias de desapariciones, extraños accidentes e incluso muertes que aparecían casi a diario en El Profeta. Ah, claro, y por el hecho de que Margaery sentía que la estaban ahogando.

—A ver si entendí, no puedo viajar sin compañía ni socializar, ni comer nada que no este certificado ni hacer nada sin tu autorización —dijo Margaery, atónita, después de escuchar el referéndum de su hermana y su prima—. ¿Puedo respirar al menos?

—Es lo que queremos que hagas, riñītsos —dijo Arya. Su prima daba un poco de miedo, no podía negarlo. Tenía el pelo atado en varias trenzas, de diferente tamaño y grosor, que le recorrían la cabeza y la espalda a grandes partes; su armadura, negra y roja, estaba desgastada y chamuscada pero se mantenía entera y Excalibur estaba opaca, el enorme rubí en su mango estaba sombrío y solo brillaba cuando Margaery se le acercaba.

Margaery comenzaba a pasar menos tiempo en el senado y más en el Bastión del Grial, el palacio de Tintagel, como representante de su hermana ante aquellas docenas de lores que llegaban día a día 

El Bastión del Grial, el antiguo asentamiento de la Casa Segwarides y en tiempos antiguos de los reyes de Lothian, se ubicaba en la cima de una colina verde que dominaba las amplias y tranquilas aguas del Mar Céltico. Visto desde lejos, el castillo parecía formar parte del terreno, del tal forma que uno podría pensar que ha crecido allí, en vez de haber sido construido. 

Estaba cercado por tres anillos concéntricos de murallas almenadas, hechos de piedra blanca finamente pulida y protegidos por torres tan delgadas y elegantes como doncellas. Entre la muralla exterior y la muralla media, se encontraba el famoso laberinto de arbustos, un vasto y complicado laberinto de espinos y matorrales preservado por siglos para el entretenimiento y deleite de los ocupantes e invitados del castillo y para propósitos defensivos, ya que los intrusos no familiarizados con el laberinto pueden perderse fácilmente en su camino hacia las puertas del castillo, entre las trampas y los callejones sin salida.

La antigua ocupación de Margaery como secretaria había pasado a un plano inferior y había sido ella misma quien le había recomendado a la Senadora Severen a Angelica para ayudarla. En cambio, Margaery había comenzado a ocuparse de los asuntos del reino. Algunos lores de casas menores que rogaban la desobstrucción de las redes comercio tanto terrestres y marítimas, algunas propuestas de casamiento, bastardos Pendragon que salían hasta de debajo de las piedras e incluso había tenido que escuchar las peticiones de la casa Lamorak de Lyonesse para que el lugar de su provincia en el senado se rehabilitara. Margaery había respondido a todas de la misma manera: volaron hacia todos los emisores, de todas las diecinueve provincias; hacia los señores grandes y pequeños, lechuzas: había una única reina en Camelot. Aquellos que doblaran la rodilla a Alyssane de la Casa Pendragon mantendrían sus tierras y títulos y la reina escucharía sus peticiones. Aquellos que se alzaran en armas contra ella serían vencidos, humillados y destruidos.

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