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xxx. baile de pesadilla

El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve

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El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Margaery le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo. Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío. Pero lo que más le alegraba era tener la cabeza todo el mes de diciembre, enero y parte de febrero despejada de asuntos como la segunda prueba del Torneo.

Excepto, quizás, por la clase de Adivinación... Aunque bueno, lo único que le preocupaba a Margaery sobre Adivinación era como iba a pasar el año sin suspender.

—Me atrevo a pensar —dijo en su voz tenue que no ocultaba el evidente enfado — que algunos de los presentes —miró reveladoramente a Harry y a Margaery— se mostrarían menos frívolos si hubieran visto lo que he visto yo al mirar esta noche la bola de cristal. Estaba yo sentada cosiendo, cuando no pude contener el impulso de consultar la bola. Me levanté, me coloqué ante ella y sondeé en sus cristalinas profundidades... ¿Y a que no diríais lo que vi devolviéndome la mirada?

—¿Un murciélago con gafas? —dijo Margaery en voz muy baja.

Harry hizo enormes esfuerzos para no reírse.

—La muerte, queridos míos.

Parvati y Lavender se taparon la boca con las manos, horrorizadas.

—Sí —dijo la profesora Trelawney—, viene acercándose cada vez más, describiendo círculos en lo alto como un buitre, bajando, cerniéndose sobre el castillo...

Miró con enojo a Harry, que bostezaba con descaro.

—Daría más miedo si no hubiera dicho lo mismo ochenta veces antes —comentó Harry, cuando por fin salieron al aire fresco de la escalera que había bajo el aula de la profesora Trelawney—. Pero si me hubiera muerto cada vez que me lo ha pronosticado, sería a estas alturas un milagro médico.

Las clases siguieron con normalidad, sin anuncios importantes o nada del estilo hasta que llego, el lunes, la clase de Herbología.

—¡Potter! ¡Bones!, ¿queréis atender?

La irritada voz de la profesora Sprout restalló como un látigo en el Invernadero 1, y tanto Margaery como Susan se sobresaltaron.

La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las plantas gravitatorias estaban ya casi inmóviles (con excepción de algunas) y ya no atraían a todo lo que se les cruzaba. La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Susan y Margaery, que habían estado luchando con dos de las ramas de la planta a modo de espadas, levantaron la vista, las dos estaban pegadas a sus correspondientes plantas.

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