xxvi. sweet old us

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xvi. dulces antiguos nosotros

Se sentía aturdida, atontada

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Se sentía aturdida, atontada. Debía de estar soñando. O no había oído bien. Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff.

Margaery lo siguió con la mirada, tan aturdida como él.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír.

En la mitad del silencio, Alyssane se levantó y camino hacia la puerta por donde habia entrado Harry. Esta acción la hizo sentirse peor. Cuando paso un tiempo considerable, el barullo en el Gran Comedor se reanudó. Unos minutos después, los profesores los despecharon a los alumnos a sus salas comunes

—Marg, vamos... —dijo Electra, mirándola con preocupación.

—No... me quedare a esperar a Harry y Alyssane —respondió ella.

—¿Quieres que...

—No... ve con Susan y Hannah, yo estaré bien —aseguró Margaery, aunque su cara, tan pálida como la de su hermana o prima, decía lo contrario.

En ese momento, Arya se acercó a la mesa de Hufflepuff. Electra se dio despidió y, dando media vuelta, se fue.

—Tranquila, Mary —dijo Arya en un tono muy suave, comparado al suyo normal, y tomándole las manos—. No pueden hacerlo participar. Es menor de edad.

—Pero aun así su nombre entró en el cáliz cuando se suponía que no debería —argumento la castaña, casi llorando

—Mar, escúchame, todo va a estar bien —Arya la abrazo—. ¿Recuerdas cuando casi mate a Benedict por meterse con ustedes? —el recuerdo las hizo sonreír—. Bueno, mataré a Dumbledore y a todos los demás con Excalibur si Harry llega a salir herido.

—Pero la tía Margaery te prohibió traerla... —murmuró Margaery, contra el pecho de su prima.

—Una vez agarras a Excalibur, nunca la sueltas —le dijo de igual manera Arya—. Te prometo que nada le va a pasar.

Cuando Harry, Alyssane y Cedric volvieron el Gran Comedor se hallaba desierto. Las velas, casi consumidas ya, conferían a las dentadas sonrisas de las calabazas un aspecto misterioso y titilante.

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