lxi. thestrals

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Margaery no sabía si Harry sabía lo que ella planeaba hacer y tampoco se lo dijo porque la profesora Umbridge los seguía tan de cerca que Margaery notaba cómo respiraba

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Margaery no sabía si Harry sabía lo que ella planeaba hacer y tampoco se lo dijo porque la profesora Umbridge los seguía tan de cerca que Margaery notaba cómo respiraba.

—Tienes un dios aparte —comentó Morgana, saltando alegremente.

«Una diosa», pensó Margaery, dado que no podía arriesgarse a ser escuchada.

—¡Muy bueno! —aplaudió la bruja—. De hecho, yo creo que solo eres inteligente.

«No soy inteligente»

—Que sí —insistió Morgana—. Acabas de dejarte posicionada como una reina una vez más.

«Gracias, supongo»

Margaery bajó por la escalera que conducía al vestíbulo, salió por las puertas de roble del castillo y bajó la escalera de piedra, donde la recibió la templada y agradable brisa de la tarde. El sol estaba poniéndose por detrás de las copas de los árboles del Bosque Prohibido, y mientras Margaery caminaba decidida por la extensión de césped, seguida de Harry (la profesora Umbridge tenía que correr para seguirles el ritmo), las largas y oscuras sombras del bosque ondulaban sobre la hierba detrás de ellos como si fueran capas.

—Está escondida en la cabaña de Hagrid, ¿verdad? —aventuró la profesora Umbridge, impaciente, al oído de Harry.

—Claro que no —repuso Margaery en tono mordaz—. Hagrid podría haberla puesto en marcha accidentalmente.

—Ya —dijo la profesora asintiendo con la cabeza; su emoción iba en aumento—. Sí, claro, seguro que la habría puesto en marcha, ese híbrido es un bruto.

La mujer rió y Margaery sintió un irrefrenable impulso de darse la vuelta y agarrarla por el cuello, pero se contuvo al ver que Morgana ya le estaba cambiando el color del vestido por un verde chillón. Notaba un dolor palpitante en la cicatriz, aunque aún no le ardía como si la tuviera al rojo, como sabía que ocurriría si Voldemort se dispusiera a matar.

—Bueno, ¿dónde está? —preguntó la profesora con un deje de incertidumbre en la voz al ver que Margaery seguía caminando a grandes zancadas hacia el bosque.

—En el bosque, ¿dónde quiere que esté? —contestó la chica, y señaló los frondosos árboles—. Había que guardarla en un sitio donde los estudiantes no pudieran encontrarla por casualidad, ¿no le parece?

—Sí, claro —concedió la profesora Umbridge, aunque parecía un poco preocupada—. Claro, claro... Muy bien, pues... id vosotros dos delante.

—Si hemos de ir nosotros delante, ¿puede prestarnos su varita? —preguntó Harry.

—Nada de eso, señor Potter —repuso la profesora Umbridge con falsa ternura, y le clavó la punta en la espalda—. Me temo que el Ministerio valora mucho más mi vida que la de ustedes dos—. ¿Está muy lejos? —preguntó la bruja cuando la túnica se le enganchó en unas zarzas.

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