xlviii. high inquisitor of hogwarts

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xlviii. suma inquisidora de hogwarts

Margaery volvió a tener un mal día el jueves

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Margaery volvió a tener un mal día el jueves.

Tuvo que saltarse la hora de la comida para terminar la traducción del libro para Runas y, entre tanto, las profesoras McGonagall, Sprout, Babbling y Sinistra les pusieron aún más deberes, que ella no iba a poder terminar aquella tarde por culpa de su segundo castigo con la profesora Umbridge. Para colmo, Zacharias Smith volvió a abordarla a la hora de la cena y, al enterarse de que no podría ir el viernes a las pruebas para seleccionar al nuevo guardián, le dijo que su actitud lo había decepcionado mucho y que esperaba que los jugadores que quisieran seguir en el equipo antepusieran los entrenamientos a sus otras obligaciones.

—¡Estoy castigada! —le gritó Margaery mientras él se alejaba—. ¿Acaso crees que prefiero estar encerrada en una habitación con esa a jugar al quidditch?

El segundo castigo de Margaery fue igual que los dos anteriores, sólo que, tras unos minutos copiando, las palabras «Los traidores no serán tolerados» dejaron de desaparecer del dorso de su mano y permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre. La pausa en el rasgueo de la afilada pluma hizo que la profesora Umbridge levantara la cabeza.

—¡Ah! —dijo en voz baja, y pasó junto a su mesa y fue a examinarle la mano—. Muy bien. Esto debería servirle de recordatorio, ¿no cree? Ya puede marcharse.

—¿Tengo que volver mañana? —preguntó Margaery mientras cogía su mochila con la mano izquierda para no usar la derecha, que tenía dolorida.

—No, no —contestó la profesora Umbridge—. No, creo que ya está.

—Al menos sólo tienes que copiar —comentó Andrew para consolarla la mañana del lunes en la que habían decidido desayunar fuera del Gran Comedor los dos solos—. La verdad es que no es un castigo espantoso...

Margaery despegó los labios, volvió a cerrarlos y asintió. En realidad no sabía muy bien por qué no había contado a nadie en qué consistía exactamente el castigo que le había impuesto la profesora Umbridge: lo único que sabía era que no quería ver sus caras de horror, porque eso haría que todo pareciera aún peor y resultaría mucho más difícil afrontarlo. Además, tenía la impresión de que ese asunto era algo entre ella y la profesora Umbridge, una prueba de fuerza entre ellas dos, y no pensaba darle la satisfacción de descubrir que se había quejado.

—Sí, pero casi no tengo tiempo para hacer los miles de deberes —repuso la chica.

—A nosotros también nos... ¡Margaery! ¿Qué es eso que tienes en la mano?

Margaery, que acababa de rascarse la nariz con la mano derecha, intentó esconderla, pero no tuvo mucho éxito.

—Sólo es un corte... No es nada..., es...

Pero Andrew había agarrado a la chica por el antebrazo y se había acercado el dorso de su mano a los ojos. Hubo una pausa durante la cual Andrew miró fijamente las palabras grabadas en la piel; luego, muerto de rabia, soltó a Margaery:

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