CAPITULO 19 Envela

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AGUST

Después de esa larga sección de sexo duro y salvaje me sentía completamente agotado. Evangelina lograba llevarme a mi máximo nivel, sacaba lo más salvaje y lo más oscuro de mí. Desde que tenía diez años soñaba con estos momentos. Era enfermizo lo sé, ya que aún era un niño y ella era una adolescente.

Ella es una fantasía prohibida, un veneno que recorre mis venas y corroe cada pizca de humanidad que alguna vez tuve. No es solo una mujer; es una encarnación de lo prohibido, como una Afrodita arrancada del Olimpo y dotada de la lujuria insaciable de Eros. Nunca es suficiente, no para ella... ni para mí. Cada vez que la miro, cada fibra de mi ser clama por poseerla, por reclamar lo que desde siempre me ha pertenecido. Porque, en mi mente, siempre he sido su dueño, y ella, aun sin saberlo, siempre ha sido mía.

Desearía grabar mi presencia en cada centímetro de su piel, marcarla de una forma en que cualquiera que se acerque a ella sienta que se aproxima al infierno. Quiero dejar claro que ella lleva mi sello, que nadie se atreva siquiera a mirarla sin ver en sus ojos el miedo. Porque no permitiré que otro hombre respire su aire, que otro toque lo que me pertenece. Y si alguien llegara a intentarlo... bueno, ya me he asegurado antes de que nadie lo haga.

Desde que tuve mi primera mujer, siempre fue su rostro el que veía cuando apagaba la luz; cada cuerpo ajeno se convertía en una sombra de ella. Ninguna de esas mujeres significó nada; solo eran sacrificios en un ritual oscuro, un intento insaciable de encontrarla en otros brazos. Y mientras mis manos recorrían piel ajena, era su cuerpo el que tocaba en mi mente, era su aliento el que buscaba. En cada jadeo ahogado, en cada mirada perdida, en cada piel ardiendo bajo mis manos... siempre era ella.

Los idiotas que alguna vez se atrevieron a menospreciarla, los hombres que osaron rechazarla por sus propios demonios no tuvieron un final fácil. Todos y cada uno de ellos, los enterré a cien metros bajo tierra con mis propias manos, ahogándolos en el sufrimiento que ella sintió en algún momento. Los hice gritar, sufrir hasta el límite; quería que sintieran, aunque fuera un poco, el dolor que la recorrió cuando ellos se burlaron, cuando despreciaron lo que ella era. Porque si ella tiene demonios, yo soy el peor de todos.

Es fuerte. Siempre lo ha sido. He visto cómo se cae y se levanta, con esa dureza que solo una diosa de guerra podría tener. Y quizá es esa fuerza lo que más me consume, esa audacia, esa forma de enfrentarse al mundo como si nada pudiera tocarla. Ella no espera a un príncipe azul que la rescate... porque ella es su propio salvador. Y, en el peor de los casos, yo tampoco soy un príncipe; soy el monstruo que acecha, el villano en cada historia.

Quizás el mismo diablo.

Soy consciente de mi oscuridad, de esa parte de mí que haría lo que fuera por mantenerla cerca, por arrastrarla a las sombras que me envuelven. Si para protegerla debo ser el diablo mismo, que así sea. Mi alma hace tiempo dejó de pertenecerme, y si para mantenerla bajo mi sombra debo consumir cada fragmento de su luz, lo haré. Nadie, nunca, la tocará sin sentir el eco de mi obsesión. Porque en esta vida, o en cualquier otra, ella es y será siempre mía.

Me giré para verla en mis brazos, atrapada en ese instante de quietud que solo yo podía contemplar. Su rostro mostraba una paz que me enloquecía, una serenidad tan engañosa que me hacía querer romperla solo para volver a armarla, pieza por pieza, en mis propios términos. Ella no sabe cuánto disfruto verla así, tan vulnerable, tan mía, tan ajena al mundo exterior que la juzga y la amenaza. Conozco sus miedos, esos demonios que guarda bajo llave. Sé que teme que alguien vea sus cicatrices, que descubran quién es realmente. Pero yo... yo estoy aquí para asegurarme de que nunca más se sienta sola en esa oscuridad. Porque, a diferencia del resto, no solo la acepto con sus sombras: las amo y las deseo, como un adicto ansía su veneno.

DIARIO DE UNA NINFOMANA (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora