Reglas para romper

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—Me encantaría decirte que estoy al cien por ciento de acuerdo contigo, pero la verdad es que eso va en contra de las políticas del hospital y deberías saberlo

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—Me encantaría decirte que estoy al cien por ciento de acuerdo contigo, pero la verdad es que eso va en contra de las políticas del hospital y deberías saberlo. Tú sabes que no debemos de involucrarnos más allá de lo necesario. Más allá de lo, médicamente hablando —explica él—. Además, el tiempo de hospitalización posoperatorio es de dos a tres días, en el caso del niño, ya que no ha tenido ningún tipo de complicación y su evolución es buena.

Robín se enoja con ella, porque creyó qué la apoyaría, pero no ha sido así. Mientras revisa la bitácora de las enfermeras y comprueba que hayan administrado los medicamentos en tiempo y forma, decide confesarle a Alana su sentir.

—Políticas... todo es un maldito procedimiento burocrático. Estudiamos para salvar vidas, para ver que estuvieran bien. No para salvarlas y dejarlas a la deriva. Deberíamos poder darle un seguimiento o hacer lo mejor que podamos en situaciones como esta. ¡Es algo extraordinario, no estamos hablando de cualquier niño, estamos hablando de un niño que fue golpeado, de un niño que fue maltratado, de un ser humano que estuvo en una situación de vulnerabilidad y que estuvo a punto de morir! —dice con pasión en cada palabra.

Alana entrecierra los ojos molesta, y con sus manos empuñadas a cada lado le refiere con firmeza. —Te recuerdo que eres un médico, no un superhéroe, quítate esa maldita capa roja imaginaria y pon los pies sobre la tierra. Ellos no se pueden quedar más de dos o tres días y como su médico de cabecera, te informo que no lo voy a permitir —decreta Alana para después abandonar la habitación, dejando a Robín encabronado al pie de la cama del pequeño que sigue dormido.

Robín se queda enojado por la forma tan desinteresada en la que Alana dijo aquellas cosas. Sin un ápice de sentimiento ni de empatía por el chico y su madre.

Él sale de la habitación y camina rumbo a firmar su salida. Está por irse cuando Emma se le acerca.

—¿Ya me recuerdas? —pregunta con curiosidad siguiendo su paso por el estacionamiento.

—No, y aléjate. En lo que a mí respecta eres una desconocida —refiere él acercándose al guardaespaldas que le han asignado.

—No estoy loca, ten, solo dame la oportunidad de que descubras esto por ti mismo —dice ella entregándole un sobre manila con información detallada dentro de este.

—Por favor, aléjate, no me interesa saber nada de ti o de cualquier familia que aparezca —se niega intentando que ella desista.

El guardaespaldas abre la puerta del auto blindado cuando lo ve cerca para que este suba.

—Entonces si consideras la posibilidad que seamos familia... Por favor, solo revisa esto y si me crees lo suficiente loca, mañana renuncio y no me volverás a ver, ¿está bien? —Robín la observa con los ojos entrecerrados.

El viento sopla fuertemente y el cabello de ella baila con el viento. La escena en sí sola le parece a Robín, extraña y melancólica. Rendido por la curiosidad que no le ha abandonado desde que temprano ella apareció para decirle que son hermanos, decide extender la mano y arrebatar el sobre.

—Lo verificaré, pero dame tiempo —pide él intentando sonar más amable que hace un momento—. Esto bien puede ser una treta o que sé yo, así que no pienses que decidiré que dices la verdad solo porque eso sale de tu boca. A lo que a mí respecta y siendo sincero, no nos conocemos. Eso te vuelve una completa desconocida, por lo tanto, no puedo confiar en que dices la verdad.

—No esperaría menos de mi hermanito —dice ella con cariño.

Robín pone los ojos en blanco.

—Adiós —se despide y sube al auto.

El guardaespaldas hace lo mismo y luego conduce, dejando a la enfermera Emma Evans parada en el estacionamiento mirando cómo se alejan.

Ella había hecho su propia investigación, había crecido en una familia de acogida, y de ahí una tía, prima segunda de su madre, la adoptó. Robín desesperado por saber algo sobre esa inquietante noticia, saca los documentos del sobre y encuentra toda la investigación que ella ha hecho.

Había fotografías de él junto a una niña. Él tendría unos dos años y ella cinco. Sabe que es él porque en casa de sus abuelos había fotografías de él con sus padres, pero nunca con una niña. Lo que le parece extraño.

En otra de las imágenes, están en una playa, sus padres, ella y él en una especie de pícnic a la orilla de la playa. Sus abuelos nunca aparecen en ninguna de las fotos.

Había copias de actas de nacimiento, así como un certificado del matrimonio de sus padres y un informe de investigación hecho por un tal Ryan Wilkinson.

—¿Vamos a casa del señor Emory? —pregunta el guardaespaldas de nombre Timothy.

—No, vamos a mi departamento —informa él—. Arya ya sabe, estaré ocupado ahí hasta noche. Si gustas ya que tenga que volver a su casa te informo.

Timothy, al que todos llaman por su diminutivo, Tim, que no había sido informado, acepta. Se dirige directamente al departamento de Arya y Robín para luego llamar a su jefe y preguntar.

—Tim, les enviaré un comunicado, estará a cargo la señora, señorita —corrige al darse cuenta de su error—. Arya Harley, a ella le rendirán cuenta de hoy en adelante.

—¿Dónde estará usted, señor? —pregunta Tim.

—Te espero en casa del señor Emory en media hora —informa John—. Hasta entonces.

Timothy estaba cerca de los cuarenta años, había servido a la casa de los Emory, por los últimos diez años. Primero como suplente de los guardaespaldas de Gerard, cuando este se retiró, pasó a cuidar los parámetros de la compañía junto a un equipo especial. Luego, como mano derecha de John cuando Arya se marchó y ahora como conductor y guardaespaldas de Robín Evans.

No había elegido su compañero, pero como el doctor se la llevaba en el hospital no lo veía necesario.

Una vez que revisa el departamento dónde se queda Robín, este se dirige a casa de los Emory, no sin antes advertirle que le avise cuando deba venir por él. Deja su número en una tarjeta sobre la mesa de la sala antes de salir.

Cuando llega dónde la mini mansión de Ayden Emory, había cuatro guardaespaldas a simple vista. Dos en auto, uno en la entrada y uno en el techo. Más tres más que no se ven y rodean la propiedad. Toda una locura.

Este saluda a los compañeros con un asentamiento de cabeza y entra directamente. En la sala, permanecía Harry, John, Arya y Ayden, esperándole.

—Buenas tardes —saluda a todos con un ligero asentamiento de cabeza.

—Pasa, siéntate —pide John y este obedece.

—Nos han informado hace un momento y como cortesía, que están intentando culpar al señor Emory del asesinato de su padre. Por lo tanto, les informo que, tanto él como yo, saldremos de la ciudad inmediatamente, por ello hemos hecho algunos cambios —informa John con autoridad—. Henry, tú quedarás al frente de la seguridad de los Emory y de todo el equipo. Diariamente, reportarás a la señorita Arya la logística con ella, como si fuera yo mismo o el señor Ayden. Tim, en tu caso, quedarás encargado del cuidado de Robín Evans y Olivia Andersen. Tendrás dos personas más a tu cargo para que puedan ser trasladados sin ningún problema.

Tanto Henry como Tim, aceptan el aumento de puesto inmediatamente.

—No hace falta decirles que la seguridad de los miembros de esta familia es prioritaria —afirma John a sus pupilos.

Ambos afirman entusiasmados y a la vez preocupados, saben de antemano que Arya nunca acata las reglas y es amante de romperlas.


El enigma del millonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora