—Sabías que no era nada grave —declara Robín a su amiga después de dos días de hospitalización—. No tienes nada de que preocuparte. Aryehn está fuera de peligro y la fiebre está a raya.
Arya se levanta y lo abraza.
—Lo sé, solo es que me preocupé. Ahora me siento como estúpida por exagerar —dice ella volviendo a su asiento junto a su hijo.
Ayden había vuelto a su oficina, tenía muchos asuntos que resolver, principalmente desde que su padre había fallecido. Ahora él llevaba el control total de toda la compañía y aunque tenía gente de confianza bajo sus órdenes, estos no se involucraban con él en las cuestiones de su vida personal.
Si algo sabían todos es que Ayden Emory, era buen jefe, de los mejores, pero era muy malo para relacionarse emocionalmente con cualquiera a su alrededor. «Un paralítico emocional» lo diagnóstico su psiquiatra y muchos otros que lo conocían.
Pero a él no le importaba. Es cierto que no podía procesar las emociones de la misma manera que los demás, pero le valía con que Arya lo supiera. Ella sabía que su hombre la ama sobre todas las cosas y que haría lo que fuera por ella y su hijo.
—Señor —interrumpe su asistente—. Un joven del juzgado viene a verlo. Dice que trae una notificación de la corte.
Ayden se extraña por esa situación, aun así, se pone de pie para recibirlo.
—Que pase —pide acercándose a la puerta.
Su asistente se hace a un lado y entra un joven acompañado por un oficial de la policía.
—¿Ayden Emory? —pregunta este extendiendo un sobre.
—Sí —el empresario toma el sobre y lo abre—. ¿Qué es esto?
—El juez Lautner, ha emitido una orden de cateo en su contra —revela—. Así como su aprehensión inmediata.
Aún no termina de decir esto cuando otros policías entran detrás de este y del oficial que le acompaña.
—¿Usted asesinó a sus padres? ¿Dónde está el rubí? —inquiere un hombre de traje que entra juntamente con los oficiales—. Es momento de que se declare culpable, Emory. Lo tenemos, no podrá escapar ni librarse del asesinato de su padre.
—¿Qué rubí? No sé de lo que estás hablando —refiere Ayden molesto.
Ayden es sometido a la fuerza, no se resiste, pero, aun así, aplican fuerza bruta con él. Su asistente tiembla conmocionada, no sabe lo que está pasando, pero sabe que debe llamar a Daniel Cheng, el mejor amigo de Ayden y quien verá por él. El mismo detective vestido de traje barato y quien le había hecho esas preguntas en espera de que Ayden se autoincriminara, aprovecha lo alterado de los policías y le asesta un golpe en la mejilla.
—Cállate, Laval —dice el abogado del fiscal que lleva la notificación.
—Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal judicial. Tiene derecho a contar con un abogado. Si no puede pagarlo, el tribunal le asignará uno —informa el oficial mayor a cargo.
Ayden es arrastrado por los policías fuera de su oficina.
—¡Llama a Daniel y a Gabriel! —pide a su asistente que lo ve con la mirada aterrada.
Todos a su alrededor lo observan expectantes, algunos murmuran sobre lo sucedido. Otros solo divagan en sus conclusiones, pero solo su asistente sabe por qué lo llevan preso. Sin embargo, no dirá nada, ella le es leal al cien por ciento.
Ayden siente pánico mientras es sacado de su empresa. No tiene ni la menor idea de lo que ha sucedido, y, aun así, se mantiene sereno.
No quiere hacer una escena, él sabe que está limpio, que no asesinó a su padre. Y sobre el rubí, ¿de qué maldito rubí hablan? Se pregunta cuando es subido al auto patrulla.
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El enigma del millonario
RomantizmArya Harley accede a un acuerdo millonario con Ayden Emory, un magnate de Nueva York, a cambio tendrán un hijo y una relación ficticia, pero con la regla inquebrantable de no tocarlo ni enamorarse. ¿Descubrirá este enigma que rodea al millonario?