Año 3 - 22.

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Feliz.

¿Qué significa ser verdaderamente feliz?

¿Es cuando saltas de alegría, ríes, giras, bailas...?

¿O es estar tranquilamente sentado en los brazos de las personas que más quieres, sintiendo el calor y la calma de la situación, y sabiendo que nada podría separarte?

Astrid no lo sabía.

El profesor Remus Lupin había accedido a enseñarle a la chica a realizar el encantamiento patronus. Le había dicho que era un encantamiento difícil que muchos magos adultos nunca aprendían a realizar, pero eso no desanimó ni un poco a la chica. Si su maestro podía hacerlo, ¿por qué ella no?

Pero antes de su primera clase privada, el profesor le había pedido que se tomara un tiempo para recordar sus momentos más felices.

Reflexionando sobre el tema durante unos días, Astrid se había dado cuenta de dos cosas. Una, que tenía muchos buenos recuerdos y que muchas cosas la hacían realmente feliz. Dos: no tenía ni idea de cuál era el más feliz.

Astrid tenía un recuerdo especial. Entonces tenía cinco años y se había despertado un martes por la mañana temprano al suave ritmo de un vals. Astrid no recordaba ahora qué canción era, pero estaba segura de que era un vals. Su yo de cinco años había bajado las escaleras dando saltitos de sueño para ver a sus padres bailando el vals en su pequeño salón. Su madre sólo llevaba la mitad del pelo rizado y su padre aún llevaba puesto el delantal de cuando preparaba el desayuno. Aquel era el único recuerdo que conservaba con gran detalle. Su padre se había fijado en la niña y la había cogido mientras los tres se ponían a bailar por toda la casa. Lo que el corazón de la pequeña Astrid, de cinco años, había sentido en aquel momento había sido pura alegría.

Luego estaba la primera vez que consiguió montar en una bicicleta de verdad. Aunque el momento de pura felicidad había durado 24 segundos y había terminado con un chichón en la frente, le había encantado. La sensación de descender la pequeña colina, el viento que le apartaba de la cara todo el pelo largo y enmarañado y amortiguaba ligeramente el sonido de su madre animándola, la conciencia de que había aprendido algo nuevo y, en aquel momento, tan guay (ya que sólo los niños grandes sabían hacerlo)... todo eso había embargado a la joven en aquellos 24 segundos de alegría.

Al igual que aquella noche de su segundo año, cuando Daphne y ella se habían reído tanto que a Astrid le dolía todo el cuerpo. No podía recordar de qué se habían reído exactamente, pero se recordaba a sí misma agarrándose el estómago de la risa, revolcándose en el sofá de la sala común. Podía sentir las lágrimas en los ojos y el júbilo que había llenado sus huesos.

Desde su lugar junto a la mesa del desayuno, Astrid miró a su lado a Daphne, quien al sentir la mirada de su amiga se detuvo a mitad de su cuchara llena de avena. Daphne parpadeó una vez y Astrid se limitó a sonreír antes de volver a su comida.

Sí, los recuerdos que tenía con Daphne eran sin duda algunos de los mejores que tenía.

Y, por último, en el otro extremo del espectro, estaba el recuerdo de la Navidad anterior y el calor que sintió en el pecho cuando se sentó a tomar un chocolate caliente, mientras su madre le acariciaba el pelo y su padre se quedaba mirando la pequeña chimenea. Se había sentido segura, cálida y en completa paz interior, como si no hubiera nada que pudiera arruinar aquel momento. Y de hecho no lo había.

Astrid cortó un trozo de las tortitas que había elegido comer aquella mañana y suspiró mientras se lo llevaba a la boca. Nunca se había tomado un momento para apreciar todo lo bueno que tenía en la vida. Rememorar sus buenos recuerdos la había puesto de muy buen humor.

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora