Año 5 - 126.

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El tiempo siempre había pasado deprisa en presencia de Astrid Ninomae. Cuando los días de primavera se hacían más largos, y las noches más cortas; cuando el sol brillaba, dando paso al verano, y el suelo y los árboles se volvían de distintos tonos de verde, cubiertos de flores y capullos de diferentes colores, el tiempo siempre pasaba más deprisa. Como siempre que uno se divierte. La gente creaba recuerdos, sin saber que se convertirían en eso. Sólo para darse cuenta pronto de que todo había pasado demasiado rápido.

El sol nunca podría brillar para siempre.

La primavera había terminado. Las flores habían dejado de florecer. El cumpleaños de Draco había pasado y los OWL también. Aún le dolía la nariz por el maleficio del murciélago con el que la comadreja lo había hechizado la noche anterior y aún se sentía avergonzado de que los Gryffindors se hubieran escapado, llevándose a Umbridge con ellos y desapareciendo a Merlín sabe dónde. Había pasado casi todo el día siguiente y nadie había visto ni oído hablar del grupo de personas.

No es que a Draco le importara... esperaba que tal vez hubieran rodado por alguna zanja hasta donde habían huido y allí se habían quedado.

Los OWL habían pasado y el rubio platinado ya sabía todos los lugares en los que había metido la pata. Su único remedio era que Ninomae no paraba de cacarear que estaba segura de que le había ido genial en el OWL de pociones y él se sentía orgulloso de que de alguna manera eso también fuera mérito suyo.

Era viernes por la tarde, justo después de comer, y Ninomae y Draco estaban sentados en el dormitorio de los chicos, perezosamente recostados contra la pared, sentados en su cama mientras especulaban sobre dónde podrían haber ido los Gryffindors. Por primera vez en su vida, Draco iba vestido con un pantalón de chándal y una camiseta y Ninomae pasaba de intentar convencerle de que era una prenda brillante a reírse de él por lo raro que parecía. Aquellos eran dos de los cuatro regalos que le había hecho al muchacho por su cumpleaños y prácticamente le había obligado a ponérselos. No es que a Draco no le gustara la ropa -el material era suave, y todo le resultaba tan libre y cómodo-, pero tampoco tenía nada de elegante y no le cogerían ni muerto saliendo así de su dormitorio.

Draco escuchó perezosamente la teoría de Ninomae sobre cómo Umbridge había estado atada a un árbol en el bosque -por eso no había vuelto- devorando parte del tercer regalo que la chica le había dado -un gran paquete de diferentes dulces- sobre el que ella había bromeado de antemano diciendo que ambos morirían por consumir demasiado azúcar. Sólo eso había desencadenado una larga conversación sobre cómo se podían sustituir los caramelos por plantas o verduras, o frutas, encantadas para que supieran a caramelo y así poder tener tanto la salud como el sabor dulce. Draco había rebatido eso con hechos de porqués y cómos que no serían posibles, a lo que la chica había declarado que no entendía nada de la charla de Herbología que él estaba sosteniendo, en cambio, volvió su atención a darle al muchacho su último regalo.

Draco le había dicho a Ninomae que no tenía el libro, a pesar de que ella había hablado nerviosamente de que, habiendo oído hablar de todos los libros que el muchacho tenía en la biblioteca Malfoy, probablemente ya tenía uno. Y Draco sí tenía uno. También lo había leído. Pero él le había dicho que no, alegrándose al instante cuando la vio esbozar una sonrisa radiante. Sí, Draco Malfoy ya había leído el libro de derecho penal de casos prácticos, pero valoraba el regalo como si en realidad nunca lo hubiera tenido. Porque Astrid Ninomae se había emocionado y le había dicho que le había recordado a él nada más verlo. Draco no sabía qué era, pero la sola idea de cualquier regalo de ella, por pequeño o estúpido que fuera, siempre lo llenaba de una inmensa alegría.

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora