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Astrid estaba sentada en el extremo más alejado de la gran biblioteca de Hogwarts. Se había escondido detrás de una estantería más grande. Se había escondido detrás de una estantería más grande con la esperanza de que la vela que había traído consigo no llamara demasiado la atención si alguien decidía comprobar si había estudiantes errantes como ella.
Ya había pasado el toque de queda, cuatro minutos después de medianoche para ser exactos, y Astrid golpeaba pensativamente la punta del bolígrafo que sostenía contra la madera oscura de una de las mesas de madera de la biblioteca. La muchacha ya había cogido unos cuantos pergaminos del escritorio de la bibliotecaria.
Ella esperó.
En el pergamino que tenía delante se habían anotado los años y las casas, dejando espacio debajo para poder escribir los nombres de los alumnos que consideraran importantes.
Un poco aburrida y ensimismada en sus pensamientos, Astrid siguió apagando la vela que tenía delante y concentrándose lo mejor que pudo para intentar encenderla de nuevo sin palabras ni palabras.
La chica se rió con un suspiro derrotado cuando por quinta vez la vela simplemente se cayó en lugar de encenderse.
Oyó el débil sonido de unos pasos a su derecha y levantó la vela intentando encenderla por última vez. Sintió casi como un pequeño empujón de algún poder superior cuando vio que la vela se encendía de verdad, y la llama casi le llegaba a la punta de la nariz.
Draco estaba a punto de salir por uno de los pasillos de la biblioteca, con un libro bastante pesado en las manos, cuando vio a Ninomae lanzar el hechizo. El reflejo del fuego parpadeó en sus ojos mientras la luz destellaba con fuerza en sus anillos.
El rubio odiaba no poder hacer eso.
—"¿Te das cuenta de que tu compañera de habitación se está besuqueando con un chico en uno de estos pasillos?", —gritó, y Astrid miró al muchacho, con los ojos ligeramente abiertos por la intriga.
Caminando entre los aparentemente interminables pasillos de estanterías sobre estanterías tratando de encontrar el único libro que los dos necesitaban -uno que contenía los nombres de todos los estudiantes que asistían a Hogwarts-, Draco se había topado accidentalmente con una pareja que se besuqueaba. Habían lanzado un muffaliato para que el chico no los hubiera oído antes de doblar la esquina. Pero en el momento en que se había dado cuenta, Draco les concedió al instante la intimidad que obviamente habían estado buscando. No quería formar parte del descuidado ataque que había parecido.
—"¿Quién?"
—"Davis, creo, por el pelo. Aunque podría haber sido la loca Lovegood. Aunque, ciertamente, su estilo no es tan elegante como el de aquella".
—"¡Oye, no la llames así!"
—"¿No llamar a quién qué?"
—"Lovegood no es Lunática. Tal vez sea un poco rara a veces, pero no tiene nada de malo".
Astrid nunca había conversado personalmente con la joven, pero había oído hablar mucho de ella a lo largo de los años. Sobre todo porque Crabbe y Goyle disfrutaban burlándose de ella, cogiéndole constantemente sus cosas o empujándola. Astrid estaba hipnotizada por lo indiferente que parecía la chica, agradable con todo y con todos, sin importar lo que le hicieran. Odiaba que la gente la tratara sólo por ser diferente. A Astrid no le importaba especialmente pero, por desgracia, sabía lo que se sentía: ser apartada por toda la gente que la rodeaba. No era muy agradable.
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Sólo eran niños [Draco Malfoy]
AcakEl chico que no tuvo elección y la chica que se equivocó. Certeza y precisión era lo que Draco Malfoy había conocido durante toda su vida. La incertidumbre era lo que a Astrid Ninomae siempre le había gustado buscar. Donde Draco era una tormenta d...