Año 3 - 28.

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Astrid Ninomae se acercaba lentamente a Adrian Pucey. Se detenía una y otra vez, se daba la vuelta, daba un paso, volvía a cambiar de opinión, levantaba la barbilla, se giraba de nuevo para mirarle, empezaba a andar y repetía de nuevo toda la rutina. Se sentía culpable y tenía un poco de miedo de que no funcionara, pero sabía que tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo de una forma u otra. Tenía que hacerlo. Ese era su plan.

Astrid trató y trató de sacar la confianza que sabía que tenía, pero se había escondido tan profundamente dentro de ella, que casi creía que no estaba allí en primer lugar.

Después de convencerse a sí misma de que parecía más estúpida dando vueltas por la habitación en lugar de acercarse y acabar de una vez, la chica finalmente cerró los puños y fue a por ello.

—"Hola", —dijo en voz demasiado alta mientras se acercaba al grupo de Slytherin de quinto año. Era jueves por la noche y el grupo de chicos estaba sentado en uno de los sofás de cuero de la sala común que compartían. Todos se giraron para mirarla y ella sintió que los latidos de su corazón se aceleraban. —"Adrian, me gustaría hablar contigo un momento, por favor".

—"Adelante", —le sonrió él cortésmente ignorando la forma en que sus amigos se burlaban y cuchicheaban acerca de la empollona de tercer año que se acercaba a su compañero más guapo.

—"En privado".

Esta vez miró a sus amigos que se burlaban junto con ellos. A Astrid no le gustaba cómo la miraban todos.

—"Sobre Quidditch", —su propia sonrisa cortés se había convertido en una mirada perdida.

Tomando a Astrid por sorpresa, Adrian le dio un codazo al tipo a su lado para que se callara mientras se levantaba para seguir a Astrid. Sus amigos, como chicos estúpidos que eran, se limitaron a silbar tras ellos.

No tuvieron que caminar mucho, ya que decidieron hablar en un rincón de la sala común. Se sorprendió a sí misma jugueteando con el anillo de plata que llevaba en el dedo (regalo de su madre en Navidad) mientras ensayaba las palabras que debía decir por centésima vez en aquel día.

Era jueves. El partido era el sábado. Y ella tenía que jugar. Aunque odiaba lo que tenía que hacer para poder hacerlo. Después de todo, Pucey era una de las pocas personas de su equipo de quidditch que la respetaba y ella estaba sudando la gota gorda pensando que también podría perder su respeto.

Pero era lo que había. Y fue implacable en su camino para lograr su objetivo.

—"Iré directo al grano", —dijo con falsa confianza, aún jugueteando con el anillo en su dedo. —"Tenemos nuestro primer partido este sábado, como muy bien sabrás fuera y yo jugaré en él".

Adrian no pudo evitar soltar una risita divertida.— "¿Y qué te hace pensar...?"

—"Jugaré o todo el mundo se enterará de que te has estado besuqueando con la hermana pequeña de Bletchley".

Con eso, la cara del tipo palideció.

Como toda una loca, Astrid había pasado la semana anterior tratando de encontrar una vez más el aula donde se besuqueaban, ya que por desgracia había cambiado con respecto a la que ella y Daphne les habían visto el año anterior. Después de un día de búsqueda, cayó en la cuenta de que tal vez habían roto, pero se tranquilizó con un simple hecho. Pucey seguía declinando a todas las chicas que seguían flirteando con él (ya que es un Slytherin simpático y bastante guapo, ya se sabe), lo que sólo podía significar que seguía con la otra chica en secreto. Al menos eso esperaba Astrid. Y su deseo se había hecho realidad. Al tercer día de andar a hurtadillas por el colegio con una cámara (una que le había prestado un Hufflepuff), como una loca, por fin los había encontrado.

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora