Año 3 - 18.

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El primer día de clase y ya estaba cabreada.

Astrid llevaba toda la mañana pensando si era tan mala como para robarle unos caramelos a Malfoy y si merecía la pena hacer semejante hazaña. Pero al salir enfadada del Gran Comedor durante el desayuno ya no tuvo ninguna duda. El muy capullo no se merecía ni un poquito esos dulces.

"Olvidé algo en mi habitación", le dijo a Daphne dando un paso en dirección contraria a donde iba a tener lugar su primera lección de adivinación.

Para ser honesta, Astrid había estado bastante emocionada por el día. Primer día de vuelta, primera adivinación, primer cuidado de criaturas mágicas. Había pensado que estaba destinado a ser un buen día. Claramente no había sido así.

Bajó a las mazmorras a paso más apresurado de lo habitual, pues no quería perderse el comienzo de la clase. Astrid dijo la contraseña y al entrar en la sala común se dirigió directamente a los dormitorios de los chicos.

Ya tenía preparada su historia por si Malfoy intentaba acusarla de robo. Simplemente había encontrado el saco de seda tirado en la sala común y lo había reclamado como suyo. Si acaso, siempre podía sacar a colación que el año pasado le había robado el regalo de Navidad a alguien, lo cual, en su opinión, era peor. Al fin y al cabo, qué eran unos caramelos comparados con unas joyas probablemente muy caras... La mayoría de los Slytherin eran ricos, así que debía de ser caro, sobre todo si uno puede dejarlo por ahí tan abiertamente.

Ni siquiera intentó guardar silencio cuando dijo "alohomora" y entró en la habitación. Nadie tenía la primera hora libre, así que no tenía de qué preocuparse. El fuerte olor de la habitación la dejó sin aliento por un segundo. Estaba claro que era por la mañana, y también que ninguno de los chicos se había pasado con la colonia. Era la única vez que Astrid deseaba que sus habitaciones tuvieran ventanas, porque no tenía ni idea de cómo iban a sacar el olor. Sabía que al menos debería haber algún sistema de ventilación, pero en fin...

No fue difícil localizar los caramelos, ya que estaban sobre la cómoda junto a lo que ella suponía que era la cama de Malfoy. Mirando alrededor de la habitación se sorprendió de lo ordenados que estaban todos los chicos. Ni un solo rincón de sábanas fuera de su sitio. Era fascinante.

Astrid cogió el saco, dejando unos pocos caramelos sobre la mesa, lo guardó en el bolsillo de su túnica y salió, cerrando la puerta una vez más.

La chica rezaba por no oler a chico en ese momento, ya que eso la delataría.

Apresuradamente, Astrid corrió hacia la Torre Norte y al llegar se quedó sin aliento. No había llegado tarde, lo cual era bueno porque ni se metería en problemas en su primer día de clases, ni se perdería la clase que más esperaba. Había oído a otros decir que eran tonterías, pero a ella personalmente le hacía mucha ilusión predecir el futuro o hacer cosas del horóscopo. Además, no quería ser ella la que se desanimara sólo porque a los demás no les gustara. Creía firmemente que siempre debía ser ella misma la que juzgara las cosas que la rodeaban.

"Bienvenidos, hijos míos", habló la profesora Trelawney y una pequeña sonrisa se dibujó instantáneamente en el rostro de Astrid cuando la profesora se levantó chocando ligeramente con la mesa que tenía delante. Sus gafas y su pelo de loca la hacían parecer un poco loca, pero a Astrid le parecía una locura guay. Miró a sus compañeros mientras la profesora continuaba con su presentación y al ver la expresión de repulsión en el rostro de Malfoy, Astrid decidió finalmente que la profesora le iba a caer muy bien.

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora