Año 5 - 116.

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El sol abrasador brillaba sobre Astrid. Estaba empapada en sudor, pero aún así no ayudaba a refrescarla. La arena bajo sus pies descalzos los quemaba igual que el sol lo hacía con todo su cuerpo.

Astrid corría. Sin aliento. Asustada. La garganta seca. Intentaba inhalar aire, pero sentía el pecho arrugado, incapaz de moverse. Lo mejor con lo que podía compararlo era con una planta que de repente había sido arrojada a un desierto sin ninguna fuente de agua. Se secaba hasta que ya no quedaba vida en ella.

Y Astrid corría por su vida. Aunque sentía que no podía llegar a ninguna parte.

La cara familiar de Malfoy seguía acercándose por más que ella intentara alejarse. Con unas tenazas ridículamente grandes en las manos amenazaba con encerrarla para estrujarla entera. Era para oprimirle el pecho hasta que el último aliento saliera de su boca o para arrancarle el corazón entero, no quería imaginarlo.

Astrid Ninomae suplicaba poder escapar, no deseaba otra cosa que huir de aquel que la hacía sentir tan... como correr por los abrasadores suelos de un desierto. No quería tener nada que ver con él y sentía que era justo que pensara así. Su yo interior la alababa, pero su yo exterior no podía escapar.

Las enormes tenazas se cerraron a su alrededor y ella gritó. Pero no emitió ningún sonido porque tenía la garganta seca. Dos manos apretaron los mangos de las tenazas y sintió que el pecho se le volvía a apretar. Pero lo peor de todo eran los ojos plateados que se clavaban en los suyos, unos ojos de los que toda ella suplicaba escapar. Los ojos de aquel de quien algo dentro de ella le decía que se alejara. Pero no podía. No podía y el dueño de los ojos plateados lo sabía.

"Eres mía y lo serás para siempre".

Casi parecía que él también la estaba instando a escapar. Porque no podía ignorar que ser controlada era lo único que Astrid no toleraría jamás.

Intentó liberarse, pero no pudo. El metal de las tenazas apretó con más fuerza su carne ya ardiente y sintió que la partirían por la mitad. Como lo haría cualquiera que la controlara.

Y entonces sucedió. Una risa maníaca. Una flexión de músculos. Una salpicadura de sangre. Un chasquido de metal. Una chica partida por la mitad.

Astrid abrió los ojos con una fuerte inspiración. Sentía los labios secos cuando se levantó de la cama y se acercó a la cómoda sobre la que estaba el vaso de agua. Levantando y bajando el pecho, se bebió el contenido del vaso de un trago, antes de caer de nuevo en la cama con un pequeño golpe y un suspiro. Iluminada por el sol de la mañana que brillaba a través del agua tras la ventana de su habitación, Astrid respiró largamente, tratando de calmar su acelerado corazón.

Y entonces se echó a reír. En voz baja, con cuidado de no despertar a nadie, pero llena de un inmenso alivio. Porque era mucho más fácil imaginar lo estúpido que había parecido Malfoy con un par de alicates grandes en las manos, que pensar en lo que el sueño había implicado.

Se miró el anillo, el único que no se quitaba nunca, ni siquiera cuando se iba a dormir. Siempre había sido así. Un suave resplandor se dispersó de su gema, dejándola negra y neutra como siempre había sido. De no estar tan oscura la habitación, su brillo más verdoso habría sido fácilmente visible. Aunque no importaba el rayo, a ella le parecía hermoso. Mirarlo, el regalo de su amigo de la infancia, le recordó aquella frase que él le había dicho a menudo. Una lágrima es algo terrible de desperdiciar y el amor es algo miserable de perseguir. Lo recordaba y lo mantenía. Pensando en ello entonces sólo podía esperar que el amor no fuera algo a lo que dieran lugar los sentimientos. Aunque no los había perseguido, tenerlos le seguía pareciendo algo malo. Casi antinatural.

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora