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El tiempo siempre había corrido demasiado deprisa.
En un momento estabas allí, y al otro era sólo un recuerdo.
Astrid siempre había sentido que tenía muy poco tiempo, por lo que siempre había odiado entregarse a actividades que le quitaran demasiado tiempo; o que lo dejaran pasar sin darse cuenta. Astrid siempre había odiado hacer cosas que consideraba una pérdida de tiempo sin sentido.
Por eso a la chica nunca le había gustado leer.
Por muy entretenida que fuera la lectura, si no la beneficiaba directamente en el futuro, no quería leerla. Porque mientras leía, el tiempo pasaba demasiado rápido.
Sentada en un rincón apartado de la biblioteca, leyendo sobre la historia del Mundo Mágico y los acontecimientos de la Primera Guerra Mágica, Astrid no oyó que el reloj marcaba las nueve. Luego las diez. Las once. Cuando se dio cuenta de que era hora de volver a la cama, el reloj ya había dado la medianoche.
El tiempo había pasado y ella no se había dado cuenta.
Había pasado el tiempo y Astrid se sentía abatida.
Había pasado el tiempo y no había avanzado ni un ápice en descubrir si realmente existía una hija y, en caso afirmativo, quién podría ser esa persona.
Había perdido el tiempo y estaba cansada, no sólo por el excesivo estudio que había realizado y lo tarde que se había levantado, sino también por lo inútil que le había parecido todo el tiempo invertido.
Astrid recorrió rápidamente los oscuros y vacíos pasillos, con la esperanza de que no la descubrieran. Aunque estaba bastante segura de que no lo harían, nunca estaba de más ser precavida.
Con los años, Astrid había adquirido una cierta forma de moverse que había bautizado como el paseo de medianoche. Sus pies se movían rápido, pero no hacían ruido, ya que cada paso que daba era lo suficientemente suave como para absorber sus pisadas. En ese momento, se había convertido en una profesional. Pero incluso los profesionales tenían sus momentos de fracaso.
Al doblar una esquina, a punto de llegar a la sala común, el corazón de Astrid casi se le sale del cuerpo cuando se encontró cara a cara con otra persona. Aunque cuando se dio cuenta de que sólo era Theo, con la mano sobre el pecho, Astrid se apoyó en la pared, dejando escapar una risa entrecortada. El chico no se había sobresaltado tanto, así que se limitó a reírse ante la reacción ciertamente exagerada de su amiga.
—"Caray",— habló finalmente la chica mientras acordaban sin decir palabra continuar su camino de vuelta a las mazmorras de Slytherin, —"¿qué hacés deambulando por los pasillos?"".
—"Adivina".
Astrid giró la cabeza para mirar al chico de arriba abajo. No había mucho que la muchacha pudiera distinguir en la oscuridad, pero se fijó en su cabello castaño ondulado bastante despeinado, su camisa ligeramente arrugada y esa tonta sonrisa que le delataba.
—" ¿ Una de Hufflepuff?" —Preguntó y Theo negó con la cabeza. —" ¿La pelirroja?" —Otro movimiento de cabeza.
Desde la noche del Baile de Yule, Theodore Nott se había convertido en todo un mujeriego. No era un completo imbécil, sus intenciones nunca eran lastimar a una chica o presionarla a nada, pero eso no significaba que el muchacho no tuviera su buena dosis de trucos furtivos bajo la manga.
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Sólo eran niños [Draco Malfoy]
RandomEl chico que no tuvo elección y la chica que se equivocó. Certeza y precisión era lo que Draco Malfoy había conocido durante toda su vida. La incertidumbre era lo que a Astrid Ninomae siempre le había gustado buscar. Donde Draco era una tormenta d...