Año 5 - 77.

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Los viajes a Hogsmeade siempre habían sido muy esperados por los alumnos de Hogwarts. Para algunos, las tiendas.

Para algunos eran las tiendas, para otros una pinta caliente de cerveza de mantequilla, para otros simplemente la posibilidad de salir del recinto escolar por un día.

Astrid había llegado a disfrutar de las visitas a Hogsmead por una razón muy distinta.

Empeñar.

Desde el día de San Valentín anterior, cuando Daphne y Astrid habían ido a la casa de empeños necesitando algo de dinero para las pociones de amor, las dos habían estado volviendo al pequeño lugar una vez cada dos o tres visitas, trayendo cosas nuevas para vender. Astrid había desarrollado una relación estable con el empeñador y cada vez que veía entrar a la sonriente muchacha, ya sabía que tenía que poner su mayor juego comercial porque la chica no venía a bromear.

Empeñar era una cosa que Astrid realmente disfrutaba por el desafiante ir y venir que tenía que sostener, convenciendo al hombre del valor del objeto. Y la chica era realmente buena en ello. No sólo podía vender los regalos de Daphne por más dinero de lo que lo haría una persona normal, sino que la chica también podía convencer al dueño de la casa de empeños de que vendiera sus cosas mucho más baratas de lo que él les había puesto como precio original.

Por mucho que el hombre odiara que la chica entrara convenciéndole de cosas que ni siquiera existían, adoraba a la joven y esperaba sus visitas casi con impaciencia.

La escuálida casa de empeños no era visitada a menudo y recibir visitas de una chica tan habladora como aquella era sin duda siempre entretenido. Además, por no hablar de que poco después de que la chica abandonara la tienda, a algunos otros estudiantes les gustaba entrar sólo para ver de qué iban sus visitas.

No muchos conocían el valor de la casa de empeños, pues la consideraban vieja, sucia, espeluznante o barata. A Astrid le gustaba el desorden comprensible que albergaba y la mayoría de las veces encontraba allí cosas que no habría encontrado comprando en una tienda normal.

Daphne y Astrid tenían un plan casi perfecto para ganar dinero. Daphne seducía cosas de otras personas, Astrid abría la boca y las vendía. Ambas chicas se divertían con ello y les parecía absolutamente encantador.

Aunque Astrid no pudo evitar darse cuenta de que los métodos de Daphne se le estaban yendo un poco de las manos: demasiados chicos, demasiadas joyas sin estrenar, demasiado de todo. Astrid estaba un poco preocupada de que su amiga se perdiera en todos los juegos mentales que jugaba.

"Espera... ¿tú robaste eso?".

Tomemos este momento como ejemplo.

Las dos caminaban por uno de los senderos empedrados de Hogsmeade, acercándose a la casa de empeños para vender las dos cosas nuevas que Daphne había conseguido. Una era un collar de oro que Daphne había conseguido a principios de septiembre de algún ingenuo de tercer año (por horrible que sonara, Daphne también había tomado bajo su protección a algunos chicos más jóvenes y ricos, ya que le resultaba más fácil engañarlos mientras estaban cegados por el hecho de que ella era una chica mayor interesada en ellos). El otro era este anillo que, como Astrid acababa de descubrir, había sido robado.

"¿No crees que eso es llevarlo demasiado lejos?".

"Es sólo esta cosa", suspiró Daphne, haciendo rodar el objeto por la palma de su mano, recordando cómo lo había conseguido. " Él estaba siendo un idiota de acuerdo. " El chico la había dejado caer, acusándola con razón de utilizarle y expresando con rudeza lo harto que estaba de la rubia. "No es como si fuera a hacerlo de nuevo..."

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora