Año 3 - 25.

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Los días se convirtieron en semanas. El curso escolar llegaba poco a poco a su fin. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y Astrid no podía estar más ilusionada. Además, había empezado a nevar. No había nada en el mundo que le gustara más que la nieve.

Era una apacible tarde de viernes y Astrid estaba sentada en la biblioteca terminando algunos de los deberes asignados para la semana siguiente. Se había convertido en una costumbre. Odiaba hacer deberes los fines de semana, así que había pensado que prefería terminar todo lo que pudiera el viernes, dejar siempre (sin excepciones) el sábado como día libre y ponerse al día con todo lo que quedara el domingo. Y hasta ahora le había ido muy bien. Excepto, quizá, aquella tarde en particular.

Astrid estaba sentada, hipnotizada, junto a una de las grandes ventanas de la biblioteca, mientras observaba cómo la nieve caía lentamente al suelo. Deseaba salir a jugar con la nieve. Con tal de hacer un muñeco de nieve, Astrid creía que nunca sería demasiado mayor para eso. Su mente estaba distraída y su redacción de Herbología no estaba ni mucho menos terminada. De hecho, sólo había escrito el título.

Pero no le importaba lo más mínimo. Por un lado, sabía que nunca sería buena en Herbología, así que no tenía por qué estresarse. Además, prefería mirar por la ventana, imaginándose a sí misma como la heroína de una película, que devanarse los sesos pensando en todo lo que les había dicho el profesor. Como si hubiera estado escuchando...

—"Hola", —oyó que alguien saludaba alegremente, sacándola de sus ensoñaciones.

La chica giró la cabeza para ver nada menos que a Mike Hallminster sentado junto a su mesa, enfrente de ella. Astrid no pudo evitar sonreír al fijarse en el muchacho. Su pelo rubio estaba un poco revuelto. Las mangas de su camisa blanca arremangadas. Sus dedos golpeaban la mesa con impaciencia mientras sus ojos azul mar brillaban a la luz de las velas. A Astrid siempre le habían dado miedo las profundidades marinas.

—"Hola", —respondió igual de alegre.

—"¿Qué estás haciendo?

—"Oh, sólo mi ensayo de Herbología", —se encogió de hombros moviendo el pergamino un poco en lo que esperaba que fuera una manera casual. En realidad, sus latidos se habían acelerado. Esperaba que no le temblara la voz.

—"Veo que has llegado lejos",— sonrió.

Astrid se rió. —"Sí".— Luego se rascó la nuca.— "Odio Herbología".

El muchacho enloqueció.

—"¿Cómo es eso?"

Se rió una vez más. —"Porque se me da fatal".

—"No puede ser tan malo", —habló ladeando la cabeza y Astrid le lanzó una mirada de ¿Estás de coña?

—"¿No está mal? Tío, una vez maté un cactus por no regarlo lo suficiente. ¡Un cactus! Si eso no representa lo mierda que soy con las plantas, no sé qué lo hará".

Se rió y Astrid sonrió. Intentó averiguar por qué estaba él aquí exactamente, aunque no podía decir que tuviera nada en contra. Era extraño cómo todos los chicos parecían haberse vuelto más atractivos ese año. La confundía.

Hubo un momento de pequeño silencio entre los dos, pero justo antes de que lograra volverse incómodo, Mike habló.

—"En fin... Me he dado cuenta de que ya no vienes a entrenar los miércoles. Me preguntaba por qué".

Sólo eran niños [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora