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Margaret

Bueno, pues había valido la pena todo lo que había hecho en mi cumpleaños. Llegué a casa a la una de la mañana cuando mi mamá estaba dormida en el sofá junto con Lili. No obstante, en la mañana me regañó tan feo que me gané un golpe por parte de las dos.

Oh, y también me habían puesto a trabajar en la florería familiar. Esa que era de mi abuela y fue heredada a mi madre, mi abuela se había llamado igual que yo y por eso la florería se llamaba Margaritas para Margaret. En realidad, no era un feo trabajo, es decir, amaba las flores y saber de ellas era algo que me agradaba.

—Magge, encárgate del mostrador, ahora vuelvo.

Solté un bostezo y esperé a que ella se fuera para poder estar de pie ahí. Cerré un momento los ojos y un deja Vu me nubló la cabeza, sonreí sin darme cuenta. Ayer la habíamos pasado increíble, bebí por primera vez con mis amigos en casa de Nicolás. Sus padres no estaban y eso fue una gran ventaja.

Oh, y antes de volver a mi casa Les me hizo una prueba, me obligó a correr, lavarme los dientes con enjuague bucal y comerme mil chicles. Fue así como mi mamá no me castigó tan feo, hay que destacar que Les pudo bajarme la peda en tan solo una hora y media.

Y mi mamá se la había tragado enterita.

La campana de la puerta se abrió y una mujer de cabello chino y delgada entró al local. Arrugas en la cara le decoraban y, la verdad, es que el quedaban muy bien.

—Hola, ¿hay trabajos disponibles?

—Si, ¿es para usted o alguien más?

Entonces, alguien más entró al local. Se trataba de un chico de cabello chino como la señora. Eran casi idénticos, a excepción de su piel morena. Luego, la señora volvió a hablar y le puse atención a ella después de echarme mi taco de ojo.

—Él es mi hijo, vengo a buscar trabajo para él.

—Eh... Deje llamo a mi mamá —dije, no sabía si en realidad había espacios disponibles—: ¡Mamá vienen a buscar a trabajo!

Le sonreí con la boca cerrada a la señora y ella amablemente me la devolvió. Seguí mirando al chico que había venido con ella, bien, estaba guapo. Me gustaban sus chinos, pero al verlo a los ojos sentí un aire familiar entre nosotros. Tal vez me había vuelto loca, ¿será el chico que había visto hace dos días en la plaza? Nah, el que había visto en la plaza era más gordo.

En eso, salió mi mamá y se le quedó mirando a la señora. Las miré a ambas para ver sus reacciones, me sentí en un juego de tenis.

—Oh, Jude, cuánto tiempo.

Mierda, se conocen. Me quedé mirando a la señora Jude, señora Jude... ¡ME CAGÓ EN...!

—Diana, no sabía que trabajas aquí.

NO, NO, NO, Y NO.

Miré con ojos grandes al tipo que estaba detrás de su madre, puta madre, reconocería ese cabello y esos ojos en donde sea. Esos malditos ojos y esas manos creadas por el mismísimo diablo. Apreté los dientes.

—Si, es mi florería, desde siempre —mamá lo mira—: Regan, has crecido mucho, ahora eres todo un hombre.

Mamá me tendió su mano para que vaya con ella y eso hice. Pasé saliva sin poder creérmelo. Era imposible, el tipo que tenía enfrente era demasiado guapo, no podía ser... no podía ser él.

—Si, ahora es mi niñote. Lo mismo digo con Margaret, es como si el tiempo hubiese pasado volando. Te ves preciosa, Margaret.

Le sonreí a la señora Jude, la recordaba un poco. Siempre con una sonrisa y una maldita a espaldas de todo el mundo —digo, eso es lo que decían todos—. Porque, sinceramente, me parecía una persona agradable, solo que todos tenemos problemas y eso nos daña los días.

—En fin, ¿él podría trabajar aquí? Regan se ha portado mal estos días.

No me sorprende.

—Claro que puede trabajar aquí, diría que su horario sería después de clases. Ya que empieza la escuela el lunes y Margaret también trabaja aquí.

—Si, ambos van juntos.

Abrí los ojos en grande y observé a mi madre.

—No, mamá. Que se vayan a buscar trabajo en otro lado. Además, es hombre, no sabe nada de florería —bromee, es lo que mi mamá diría. Siempre hacía ese tipo de comentarios.

Ella me pellizcó la muñeca y yo solté un jadeo. No sé por qué, pero quise ponerme a llorar justo en ese momento. No quería. No quería. Había tantos trabajos por toda la calle, en el mercado, en los Sorianas, ¡yo que sé!

—Perfecto, ¿y cuando podría empezar?

—Puede venir desde mañana a las ocho de la mañana. Yo no estoy aquí tan temprano, pero Margaret le puede enseñar.

Jadee más fuerte, me lleva la fregada.

—Oh, genial, estaría perfecto.

—Mamá, por favor, prometo no volver a escaparme, pero que no trabaje aquí...

Me ignoró.

—Gracias, tengan lindo día.

No me inmute a mirarlo, no se merecía mi mirada sobre su terrible rostro. Preferí reparar el techo, detallando las telarañas que había en las esquinas y lo mal que se veían a simple vista. Estaba tan molesta que sentía la cara roja por la rabia.

Lo siguiente que escuché fue la campana de la puerta y yo volviendo mi mirada hacía mi madre.

—¿Por qué?

Mi mamá no me miró, estaba ocupada limpiando el mostrador.

—¿Por qué que, Margaret?

—¿Por qué va a trabajar aquí? Conmigo es suficiente.

—Necesito un hombre para cargar los costales de tierra.

—Me tienes a mi, yo puedo hacerlo. ¡Hoy lo hice!

—Si, lo hiciste, y lo dejaste tirado a medio camino.

—Es... Es porque tuve un calambre.

—¿Y tuviste el calambre por siempre?

—No se vale, te dije que no quería que trabajará aquí.

Me crucé de brazos y me senté en una silla mirando el suelo.

—Creí que te gustaría trabajar con él, ya sabes, ustedes...

—Agh, no, mamá. Eso fue hace un siglo, por dios.

—Margaret, se conocen desde pequeños.

—Por desgracia.

—¿No son amigos?

—Mamá, ¿me ves cara de que somos mejores amigos?

Se quedó callada.

—Es un idiota, perdóname la palabra.

—No te perdono, ahora irás por un costal de tierra y no quiero calambres.

Ahora sí me llevaba la chingada.

¿Por qué tenía que ser él?

¿Por qué tenía que ser él?

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CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora