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Margaret

Solté un bostezo.

—Si, claro, bosteza, si quieres sonríe.

Giré la cabeza para mirar a Regan, me estaba observando con sus grandes ojos café mientras que con una mano sostenía la bolsa de hielo sobre su nuca. Si, se había dado un buen golpe.

Sonreí con todos los dientes.

—¿Así está bien?

Me sacó el dedo de en medio.

Dejé de mirarlo, apenas habían pasado unos veinte minutos desde que lo tiré, se golpeó la cabeza con el suelo y, según él, le había dolido. ¿Lo peor? La maestra y todo el salón había sido testigo de mi crimen mal hecho. La víctima había quedado viva.

Y era la razón por la que estábamos afuera de la dirección esperando a que la directora nos dejara pasar.

Miré de reojo a Regan, miraba el suelo sin mucho éxito. Tuve el impulso de pedirle una disculpa, quiero decir, nunca suelo ser así de agresiva, ni siquiera sabía lo que me estaba pasando.

Noté como la bolsa de hielo estaba en el lugar incorrecto.

—Oye, ¿ahora quieres hacerte una quemadura de tres grados en la puta cabeza?

—¿Eso que? —me observó, formando una mueca y apartando la bolsa de hielo.

—Estas poniendo mal el hielo, debe ser aquí.

Con mi dedo, señalé y aplasté la herida.

Regan chilló y me dio un golpe en la mano.

—¡Si duele, babosa!

—¡Póntela bien o mi castigo va a aumentar!

—Eso debiste pensar cuando me tiraste, mensa.

—¡Deja de insultarme!

—¿O qué?

Justo cuando iba a decirle un montón de groserías, estiré mi mano para quitarle la bolsa de hielo. Pero su fuerza me lo impidió.

—Deja que te la ponga donde es, te vas a lastimar.

—No.

—¡Trato de ayudar!

—Ya hiciste suficiente.

Tira de la bolsa, pero insisto.

—Suelta. La. Puta. Bolsa. Margarita.

—Mira...

Tiro nuevamente de la bolsa, pero Regan lo hace también, así que subo mi otra mano, pero logramos tocarnos las manos y, al sentir nuestro tacto. Ambos soltamos la bolsa y esta cae en la banca en dónde estábamos sentados.

—¡Que asco, mugroso!

—¡No me vuelvas a tocar, en tu vida!

Sacudi y limpié mi mano. Preferí hacerme a un lado y no mirarlo. Ignorarlo, que era más recomendable.

Escuché un ruido alarmante y miré hacía a la izquierda. Alcé los ojos al ver a Les llamándome y diciendo que fuera hacía donde ella estaba. No dudé en ponerme de pie y correr hacia donde estaba, la directora todavía no iba a salir, estaba hablando con un familiar.

—¿Qué haces aquí? —dije, ella me abrazó y le devolví el abrazo.

—Oye, casi matas a alguien. Tengo que saber qué pasó.

Al separarnos, Les parecía ser la de siempre. La última vez que hablamos fue hace como tres días y, aunque ella parezca actuar normal, sentía que algo no iba bien entre nosotras. Les siempre hacía eso, como si no hubiese pasado nada después de una pelea. Y, honestamente, yo odiaba que lo hiciera.

—No es nada.

—Además, ¿quién es ese que tiraste? Está guapo.

La miré de inmediato, ¿hablaba en serio? ¡Pero si era horrible!

No, habías dicho que sus chinos eran lindos.

Si, solo los chinos.

—Es un idiota, engreído y bueno para nada —dije, molesta—: Quería quitarme mi asiento, me estaba molestando y al final... lo empujé y se cayó.

Les soltó una risotada. Luego, su expresión se volvió seria.

—Magge, ¿qué pasa? Estos últimos días estás muy rara, hasta Nico y Ame me lo dijeron.

Fruncí el ceño, ¿Amelia lo había notado?

—No me pasa nada, ya te dije. Estoy bien.

—Hay, por favor, Magge. No te conozco de ayer.

—¿Por qué hablas así?

—¿Así como?

—Como si yo tuviera la culpa de todo esto. Mira, cuando peleamos el lunes te enojaste sola y me ignoraste. No hablamos toda la semana.

Les frunció el ceño.

—Bueno, lo siento, es que a veces siento que es mejor evitar las cosas.

—Eso es imposible.

—Si, lo sé —hizo una pausa—: Pero quiero saber cómo estás, me preocupa tu mala actitud y la forma en la que te desconectas del mundo.

Suspiré.

—Es Amanda. Creo que ella... Ella y Eduardo van a romper el compromiso, eso significa que los planes para la boda se van a cancelar y se siente horrible. Al parecer, la engañó.

—No mames... ¿La engañó?

—Si, y... La casa está de cabeza, Amanda volvió a la casa, se la pasa gritando, le pegó a mi perra y me molesté. Mi mamá me regañó y casi echó a Sol. Todo está horrible en mi casa.

Se quedó callada un momento.

—Me gustaría escapar. —Dice, la miro—. Irnos de aquí a Ciudad de México y rentar un departamento, vivir juntas al fin sin tener este tipo de problemas.

—Si, estaría genial.

Les dió un paso hacía mí.

—Oye, perdón. No pensé que te fuera a molestar lo del otro día. Pero... A veces siento que no me escuchas.

La miré a los ojos y asentí con la cabeza. Luego, por impulso de ambas; nos dimos un fuerte abrazo. Está vez, abrazarla se sintió como abrazar al paraíso. Sentí una relajación al hacerlo, quería que nos quedáramos así para siempre. No quería perderla, no quería que se fuera de mi vida porque si lo hacía iba a morir.

Recordé todas esas cosas que habíamos pasado juntas, todas esas veces en las que nos peleamos. A pesar de ser cosas insignificantes, siempre nos las arreglábamos para terminar así. Con ella el decir te amo me salía de forma natural, me salía desde el corazón, desde las entrañas y era una locura.

—Te amo, Les.

—Y yo a ti, Magge.

Si, yo amaba a Lesley Hernández López.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora