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Regan

Había una cosa de la que estaba seguro.

Odiaba a Margaret.

Ella me odiaba a mí.

No había más que decir.

—Que buenas picadas, ¿por qué no había venido a este lugar?

Margaret masticó la comida hasta tragarla para poder hablar.

—¿Y a mi que me dices? Yo que se.

Alcé la cejas, en realidad, tenía razón.

—¿Ya habías venido? —pregunté, entonces, con la boca llena.

—Si, mi mamá nos trae a veces. Yo amaba cuando veníamos al mercado y pasábamos por aquí.

Asentí con la cabeza y le di un mordisco a la picada. Nos quedamos callados mientras comíamos y, entonces, no lo pude evitar.

—¿Ya me dirás que tenías?

—¿Y que se supone que tenía?

—Hay, por dios, estabas enojada. Podía verlo en tu horrible rostro —le hice cosquillas en la nariz y ella respondió dándome un manotazo.

—No lo estaba.

Solté un bufido, sin creerle.

—Por cierto, ¿es verdad eso de que... siempre te dicen que estás molesta?

Margaret se quedó callada durante un lapso de tiempo.

—Si, me lo decían todo el tiempo. Lo cierto es, que no lo soy, solo soy... ¿Yo?

—O quizás es tu entorno, tu familia. No siempre eres el problema.

—Tal vez si lo sea.

Suspiré.

Ahora fue ella la que habló.

—¿Y tú qué tienes? Has estado raro, realmente raro estos últimos días.

Me encogí de hombros.

—Problemas familiares.

—Problemas familiares, ya.

Seguimos comiendo.

—¿Y tú hermana como está?

—Bien, sigue yendo a sus entrenamientos. Está contenta de a ver descubierto algo que en verdad le gusta.

—Que bien, me alegro por ella.

—Si, espera... ¿Cómo supiste que tenía un ataque de pánico ese día?

—Ya he tenido muchos, cuando veo lo que viví es fácil adivinarlo.

Asentí con la cabeza y dejé de mirarla para darle un sorbo a la Coca-Cola.

—Y... ¿Han ido con un doctor?

Negué con la cabeza.

—Pues deberían ir, mira, no soy experta. Pero lo mejor sería llevar con un médico para ver si esto se trata de verdad de solo ataques de pánico.

—¿Tú fuiste con uno?

—No, pero estoy segura de que no es ningún problema en el corazón. Los he leído por años, son simples ataques de pánico cuando no sabes ni lo que estás haciendo.

—No, Adele no tiene nada.

—Solo llevenla con uno, quizás solo le hagan análisis de sangre o solo es por su peso... O solo son ataques de pánico. No lo sé.

—Bueno, mi mamá salió fuera del país y no se nada de mi padre. Creo que lo pensaré.

Margaret me observó, tenía crema en las comisuras.

—Lo siento, no sabía nada de eso.

Le sonreí, tomé una servilleta y la estampé contra su rostro.

Sobraba decir que después de comer una increíbles picadas habíamos perdido el tiempo mirando los puestos que había en el mercado. Pasamos a ver flores, a dónde se encontraban las santas y los santos. Dónde venden velas, trajes de halloween... etc.

Margaret fue la que tuvo el mando y, no porque yo no sabía andar en el mercado... No, si era por esa razón. Margaret parecía conocer cada rincón del mercado, compramos agua de coco, tortitas de nata con lechera y Margaret me compró unas papas de queso que un señor vendía.

De hecho, por un momento, había olvidado que la odiaba.

—Oye, espérate.

Margaret tiró de mi mochila. Estábamos frente a la florería.

—Nada de esto a mi mamá, nada de comentarios o estúpidos juegos. ¿Oíste?

Le hice un saludo militar.

—A la orden, Capitana.

Puso los ojos en blanco.

La seguí detrás cuando entró a la florería y sonreí.

Si, odiaba no odiar trabajar aquí.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora