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Margaret

—¿A quién esperamos? —pregunté.

Llevábamos diez minutos parados en la parada del camión.

—A mi hermana, dice que no irá al entrenamiento y que se vendrá con nosotros. ¿Te molesta?

—No, ¿por qué lo haría?

Regan no dijo nada, así que no seguí insistiendo.

Más tarde, la china se hizo presente con una sonrisa tímida.

—¿Se estaban besando?

—¿Eh? —jadee.

—Tienen cara de que estaban haciendo algo malo.

Estos últimos días se habían sentido verdaderamente extraños. Quiero decir, el tema con Regan era extraño. Había un aura incómoda entre nosotros dos que causaba que todo el mundo se enterará.

—Bueno, da igual. ¿Ya nos vamos?

Asentimos con la cabeza y esperamos otros cinco minutos en lo que el camión llegaba. Hablé con Adele todo el camino, me contó sobre su viaje a Canadá y las trenzas que aprendió a hacer, también dijo que Regan estaba todo el día de amargado y solo se subía a mirar los atardeceres.

Cuando llegamos a su casa, la señora Jude estaba haciendo de comer.

—Mamá, ya llegamos.

—Margaret, bienvenida, pasa, pasa.

Sonreí ampliamente. La señora Jude se limpió las manos con el mandil blanco lleno de flores Margaritas.

—¿Te gustan las rajitas?

—Me encantan.

—¡Perfecto! ¿Quieres que te sirva?

—¿A... ahora?

Regan me entendió.

—Mamá, subiremos a adelantar unos trabajos y bajaremos para comer.

La señora Jude asintió con la cabeza, me dijo algo lindo antes de dirigirse hacía Adele y empezaron a hablar. Entonces, por mi lado, seguí a Regan a su cuarto. De hecho, creí que todo lo haríamos en el comedor.

No que de verdad íbamos a subir a su cuarto.

Antes de entrar, se detuvo y se giró hacía mí, quedando muy cerca. Yo di un paso hacia atrás, trague saliva.

—Está hecho un asco, no me juzgues.

Solté un bufido y le empujé el pecho.

—Hago eso desde que nací.

No creí que fuera cierto.

No era un desastre, era como una ciudad después de un tifón. Su cama hecha un desastre, sus libretas desordenadas, ropa tirada por el suelo, la alfombra gris, basura tirada en el suelo y una caja de condones encima de su mesita de noche resalta en el cuarto entero.

Bueno, al menos, es responsable.

—¿Y por qué no lo hacemos abajo? —sugerí, al tiempo que ayudaba a levantar la basura.

—Porque allá abajo no tendremos privacidad.

Me voltee, confundida.

—Es decir, no tendré privacidad teniendo a mi hermana y mi mamá mirándonos.

Regan tragó saliva, nervioso. Nos miramos unos segundos antes de apartar la mirada.

—Voy a sacar mis libretas.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora