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Regan

—¡Buenos días, jardinero!

—Vete a la mierda —gruñí, con la boca llena de pasta.

—Mi mamá ya me dijo, dice que vas a trabajar con tu compañerita de la guardería.

De tan solo recordarlo, me lavé los dientes más rápido, molesto. Adele seguía parloteando como siempre hacía cada que se despertaba. Estaba por entrar a primero de preparatoria y no saben el miedo que tenía. Ella se veía contenta por su nueva, gran etapa.

—¿Y qué?

—Nada, solo me quería burlar de ti.

—Vete a chingar a otro lado.

—¿Pero de qué forma?

Detuve todo lo que estaba haciendo, escupí la espuma y la miré. ¿Qué? Luego, al entender a lo que se refería, ladee la cabeza y la fulminé con la mirada.

Y, Adele salió corriendo cerrandome la puerta en la cara.

Puse los ojos en blanco y terminé de lavarme los dientes. Mientras me cambiaba no pude evitar pensar en Vanesa. En esa chica que me había gustado desde que entré a la prepa, quiero decir, era realmente linda, muy divertida y siempre trataba de verse linda. Y siempre le salía. No sé, de alguna manera siempre caía en sus encantos.

El punto es, que había tenido una pelea conmigo mismo. Vanesa era hermosa, ella lo sabía y todo el mundo lo sabía. Por ende, ella sabía que cuando le hablé no fue para ser amigos. Estaba al tanto de que me gustaba, que nos gustabamos... Pero no parecía querer aceptarlo, o simplemente no le gustaba.

Mamá fue quien me llevó al primer día de trabajo.

—Buena suerte, trabaja mucho y que no se te olvidé ser amable con todos —me dio un beso en la cachete.

—Lo de ser amable no me saldrá.

Me dio una palmada en la mejilla.

—Te juro que si tratas de hacer que te despidan voy a buscar otra florería.

Maldije en mis adentros.

Ella se alejó del local, este, estaba apenas abierto. Miré por ambos lados, aún podía escaparme. En efecto, nadie se iba a darse cuenta más que Margaret y doña Diana. Además, mamá no se iba a dar cuenta de nada. Ese era el punto.

Di un paso hacía atrás con tal irme, pero...

—¡Ah! ¡Mi pie!

Me giré de inmediato, y ahí estaba. La famosa doña chillona, Margaret. Me fulminó con la mirada mientras se acariciaba el pie. Se enderezó un momento después y me pasó por un lado empujando mi hombro en el proceso.

Quise decir lo siento, pero no lo sentía.

—Buenos días a ti también, Margarita.

—Buenos días a ti también, Margarita

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CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora