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Margaret

Estaba molesta. Furiosa. Llena de rabia.

Regan había faltado la semana entera, los mensajes no le llegaban y había tenido que hacer yo sola el proyecto. Me molestaba tanto que ni siquiera un simple mensaje de que no vendría a la escuela tuve.

—Magge, no es para tanto, mira...

—¡¿Cómo no es para tanto?! ¡Reprobé por su culpa! ¡Y todo por hacer equipo con él!

—Bueno, tal vez no vino por alguna razón.

—Agh, ¿y cómo qué?

—¿Quizás problemas familiares?

—¿Cómo va a te...?

Cerré la boca al instante, recordé lo que me había dicho la semana pasada «Bueno, mi mamá salió fuera del país y no se nada de mi padre». Reaccioné como si me hubieran dado una cachetada de esas que jamás olvidas y les agarras rencor.

Le di la espalda a Les y fui por mi mochila, sin embargo, una voz me detuvo.

—Oye, Magge, ¿Regan y tú son novios?

Hice cara de desagrado al escuchar esa estúpida pregunta.

—No.

—Ah, ¿segura? Es que los he visto muy juntitos.

—¿Y eso qué?

Renata alzó las manos, como si estuviera poniéndome histérica.

—Solo decía, ¿si sabes que tiene novia?

Pasé saliva con fuerza y asentí con la cabeza sabiendo que no tenía idea de ese detalle.

Salí del salón con la mochila puesta.

—¿A donde vas? —me pregunta Les, a lo que no me detengo a responder—: ¿Magge?

Seguí caminando con prisa, hice lo mismo que habíamos hecho cuando nos escapamos. Subí hasta los últimos salones para poder salirme y, cuando lo hice corrí deprisa para que nadie me viera.

Cosas buenas debería aprender de él.

Cuando estuve a punto de llegar a la parada de camiones, el camión ya estaba marchando y tuve que correr y correr y cerrar la boca para no cansarme rápido.

—¡Esperen! ¡Voy a subir! ¡Voy a...!

El camión se detuvo de un frenon, miré arriba agradeciendole a quien sea que estuviera escuchandome.

Subí al camión, pagué y al darme la vuelta me percaté de que los asientos estaban todos ocupados. Maldije en mis adentros y me sostuve de los asientos tratando de no mirar a las personas sentandas. Me daba algo de vergüenza.

Bajé del camión y comencé a caminar hacía la casa de Regan. Vale la pena decir que su casa era preciosa, era como ese tipo de personas ricas que tenían sus casas en buen estado. Sin embargo, a Regan casi no se le veía.

Llegué a la casa minutos después, toqué el timbre de la reja una y otra vez.

Sin embargo, con forme el tiempo pasaba nadie abría y Regan jamás apareció.

—Salieron.

Giré la cabeza hacía la persona que me habló.

—¿Perdón?

La señora de cabellos rubios que barría las hojas que estaban en su entrada dejó de hacerlo para hablar.

—Hace tiempo que se fueron, no están aquí.

Una «o» se formó en mi boca.

—Cuando los vea, ¿puede decirle que pasé y que se contacte conmigo? Por favor.

La señora asintió con la cabeza.

Me fui lo antes posible para llegar a casa.

Sabía que algo malo me esperaba.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora